Opinión | Editorial

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Putin, bajo sospecha

El caso de Alekséi Navalni se suma a una larga lista de muertes no esclarecidas de opositores al presidente ruso

Alekséi Navalni, en un acto de protesta en Moscú en julio del año pasado.

Alekséi Navalni, en un acto de protesta en Moscú en julio del año pasado. / periodico

El líder opositor ruso Alekséi Navalni ingresó el jueves en el hospital de Omsk (Siberia) en estado de coma. Sus allegados denuncian un envenenamiento «intencionado» cuando se disponía a viajar en avión a Moscú. Todo estaba listo ayer para su traslado a Alemania, en un avión medicalizado enviado desde Berlín, pero los médicos que le atienden se echaron atrás alegando que el paciente no estaba estabilizado. Anoche permitieron por fin que pudiera ser trasladado a una clínica de Berlín. Hasta aquí un resumen sucinto de los hechos. Navalni, que en el 2013 fue candidato a la alcaldía de Moscú, se encuentra desde el 2017 en libertad provisional y está inhabilitado para concurrir a unas elecciones. Sin embargo, con un perfil populista y pragmático, se mueve como pez en el agua en las redes sociales y ha centrado su acción en la lucha contra la corrupción.

En este contexto, la pregunta que se hacen los analistas es si el líder opositor ruso ha sufrido una intoxicación fortuita o un envenenamiento premeditado. La respuesta, en ausencia de pruebas, se inclina por la segunda de las hipótesis a tenor de los antecedentes: la larga lista de muertes sospechosas y asesinatos de opositores a Vladímir Putin. Entre ellos, el exagente Aleksándr Litvinenko, fallecido en Londres en el 2006 por una alta dosis de plutonio, o la periodista Anna Politkóvskaya, tiroteada en el ascensor de su vivienda aquel mismo año.

El presidente Putin, en su apuesta por un «Estado fuerte», ha combatido sin cuartel a la disidencia política con unas prácticas que recuerdan los años del régimen soviético. También cortó las alas a los nuevos oligarcas rusos que podían hacerle sombra, como es el caso de Mijaíl Jodorkovski, expatrón de la petrolera Yukos, que fue arrestado en el 2003 y pasó una década en prisión. El caso del líder opositor Alekséi Navalni coincide en el tiempo con la resistencia cívica que se manifiesta en Bielorrusia contra el régimen de Aleksándr Lukashenko tras el simulacro de elecciones que le ha garantizado su sexto mandato. Navalni, en las últimas entradas en su web, invitaba a respaldar la protesta del pueblo bielorruso no solo con palabras, sino con hechos y dinero.

Si Lukashenko ha mantenido una política de mano dura durante sus 26 años en el poder, habiendo arruinado el poco crédito que le quedaba, la estrategia de Putin, que lleva dos décadas en el Kremlin, ha sido mucho más comedida. El presidente ruso ha optado por ir aplicando pequeñas dosis de autoritarismo, de la mano de un discurso populista, y por recuperar el papel de Rusia en el exterior. Su política ha tenido el respaldo de amplios sectores de la población.

El régimen de Putin ha sido definido como una «democracia autoritaria». Se trata de un oxímoron. La democracia es el sistema de gobierno que permite que los ciudadanos elijan a sus representantes cada cierto tiempo, pero en el intervalo entre elecciones es necesario también que se respeten los derechos de reunión, información, manifestación y el resto de valores de referencia. El caso de Alexéi Navalni pone de nuevo a Vladímir Putin bajo sospecha.