Ideas
Y entonces despertó
Nuestros sueños provienen de un lugar desconocido, donde los otros no pueden acceder, y suelen obedecer a códigos indescifrables, demasiado privados
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Puede que sea tan sólo una casualidad, pero en todas las obras de ficción que he leído este verano salía, en algún momento, la descripción de un sueño. El narrador, ya fuera en primera o tercera persona, sentía la necesidad de contar aquello que durante un tiempo indeterminado de inconsciencia, mientras dormía, había ocupado la mente de un personaje. Quizás no debería sorprenderme, porque es habitual que los sueños, con su naturaleza etérea, tengan un poder de seducción: la posibilidad de romper las leyes de la lógica es muy tentadora, sobre todo porque los sueños no están obligados a ser verosímiles y permiten una fuga momentánea en el estilo.
La literatura clásica se servía de los sueños como una forma de diálogo con los dioses, o como un aviso premonitorio sobre el futuro. En 1855, Gérard de Nerval abría su novela corta 'Aurélia' con esta frase: "El sueño es una segunda vida". Su prosa lírica exploraba los límites de la percepción borrando las fronteras entre sueño y realidad. Pero cuando entramos en territorio realista, los sueños a menudo son el recurso fácil del escritor para fijar el carácter de un personaje, o hacer crecer sus dudas personales. El problema es que a menudo el sueño inventado, imaginativo, brumoso, acaba resultando demasiado lógico en el contexto de la narración, incluso previsible en su extrañeza. Y aún es peor cuando el misterio queda roto por aquella frase temible: "Y entonces se despertó".
"Explica un sueño y perderás un lector", escribió Henry James. Nuestros sueños provienen de un lugar desconocido, donde los otros no pueden acceder, y suelen obedecer a códigos indescifrables, demasiado privados. Además, todos sabemos por experiencia que la descripción con palabras de un sueño a menudo es un reflejo pálido de lo que hemos vivido de verdad, mucho más inquietante. En una novela, pues, los sueños son una mentira dentro de la mentira, de la ficción. Así lo contaba Joan Didion en una entrevista: "Nadie quiere escuchar los sueños de los demás, ya sean buenos o malos: nadie quiere ir por el mundo con aquello. El escritor siempre está engatusando al lector con su sueño". Que duerman bien esta noche.
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