IDEAS

Segundo Año sin Verano

Originado por un virus zoomático y azuzado por la estupidez humana, por primera vez nuestra idea de verano se ha visto transversalmente mermada, afeada y en peligro

Miguel Bosé, salendo del DIA el 23 de julio pasado

Miguel Bosé, salendo del DIA el 23 de julio pasado / periodico

Miqui Otero

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Hasta hace poco, cuando hablábamos del Año Sin Verano nos referíamos al de 1816. Un volcán en Indonesia erupcionó con tal violencia que alteró el clima en todo el planeta. Las lluvias incesantes, las borrascas de azufre y el biruji extemporáneo marcaron esa estación para todos, pero especialmente para una pandilla que quedó confinada en Villa Diodati, una mansión suiza. Lord Byron, John Polidori y la que sería Mary Shelley no tenían Netflix, así que pasaron unos cuantos días inventando y explicándose historias. Son célebres los frutos de esa situación: relatos como 'Frankenstein' o 'El Vampiro', casi el mito fundacional del horror gótico y su literatura. 

Pero resulta que estamos atravesando el que podríamos ya bautizar como el Segundo Año Sin Verano. Originado por un virus zoomático y azuzado por la estupidez humana en general, no se han visto tantas lluvias, pero el caso es que por primera vez nuestra idea de verano se ha visto transversalmente mermada, afeada y en peligro. Uno intenta recontar grandes obras del mismo género, como las que surgieron la primera vez: la comparecencia de Cayetana Álvarez de Toledo, los vídeos llamando a las armas de Miguel Bosé, las pancartas y lemas de la manifestación negacionista en Colón (de “Bote, bote, aquí no hay rebrote” a “La vacuna de Bill Gates, por el culo os la metéis”, pasando por “La segunda ola es una trola”), los ocho goles a (lo poco que han dejado en pie) del Barça, los carabirurís retóricos de muchos columnistas tras la fuga del Borbón y, esta tiene mucho futuro porque de momento solo se ha escrito el prólogo, la pésima gestión por parte de las instituciones de la vuelta al colegio en septiembre. 

Pero si un género se ha resentido del Segundo Año Sin Verano ha sido la canción del verano. Ese tipo de canción generada, como en en la novela '1984', por un algoritmo que combina al tuntún, si bien a menudo con resultados felices, las palabras arena, sirena, nena, boca, chiringuito y discoteca. Es cierto que componer una canción así en estos momentos es más difícil que jugar al Tabú. Tomemos la mejor de todas: 'El tiburón', que incurre en el “mec” en el primer verso: “Fui a la discoteca”. Fin.

Quizás sí haya habido una canción del verano, la de J Balvin o la de Rosalía, y yo no me haya enterado. Quizás si todos no se enteran es que no ha sido realmente una canción del verano. O quizás es que muchos, sobre todo por miedo a todo lo que pasa, nos hemos convertido en Marcello Mastroianni al final de 'La dolce vita': cuando va a la playa demasiado abrigado, descubre a un horrible monstruo marino (una mantarraya) varado en la arena y luego ve a una niña inocente que lo llama allá a lo lejos. La despreocupada sonrisa de esa niña frente al mar es el verano arrebatado al Año Sin Verano. Quizás el próximo se publique un gran hito del terror, que no sea una farsa, y, al menos, dos canciones del Verano, que sean una fiesta.

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