OPINIÓN
Alguien tiene que hacer el trabajo desagradable
Albert Guasch
Periodista
En el abatido regreso de Lisboa, los directivos se ubicaron en los primeros asientos del avión y los jugadores, por economía de pasos, optaron por entrar por la puerta trasera del aparato. Todos salvo uno. Ter Stegen, cuentan desde el club, tuvo el detalle de subir las escalinatas delanteras y pasar frente a los mandatarios. Una forma de compartir por un momento con ellos la amarga decepción que todos sentían aquella mañana post-traumática. Que en las oficinas del Camp Nou se destaque este pequeño gesto del portero alemán, que tuvo ante el Bayern una actuación de insólita fragilidad, revela hasta qué punto la relación entre la cúpula y el vestuario se ha deteriorado.
Existe una falta de respeto o aprecio que es mutuo y notorio. Y no pasa nada. No es agradable en lo personal, pero no es definitorio para el recorrido deportivo. Se pueden ganar títulos con los puentes entre las dos orillas hechos escombros. Pero no conviene que una relación así se prolongue demasiado tampoco. No es sano para la institución. Es ruido que intoxica.
El carácter
En estos momentos toca hacer unas cuantas detonaciones, crear víctimas. Y como la directiva ha elegido quedarse, el sacrificio debe venir de los que están al otro lado. Primero el entrenador. Después el secretario técnico (otro más). Y pronto le tocará a los jugadores. Y para este cometido, aquí viene Ronald Koeman y el tonelaje de su carácter.
Bartomeu ha perdido para muchos socios el derecho a ser escuchado y esa será su cruz por concluir el mandato
Ya lo dice Johan Cruyff en un vídeo rescatado recientemente en que explica a Xavi lo que significa dirigir un equipo como el Barça. «Ser primer entrenador no es agradable; es muy desagradable». Ya sabemos cómo entendía Cruyff su trabajo. Ahuyentar como un apestado al presidente del vestuario e incordiar a menudo a las estrellas. La personalidad es lo primero, más que la visión táctica, remarca la figura referencial, tan citada a conveniencia.
Koeman viene a hacer un trabajo ciertamente desagradable. Bartomeu ha debido juzgar que eso tiene un precio. Por primera vez el Barça pagará por el fichaje de un entrenador. Unos cuatro millones. Muchas cosas son nuevas en estos días de convulsión máxima. La capacidad de sorpresa del barcelonismo se va poniendo a prueba como hacía tiempo no se veía.
Buena parte de ese barcelonismo no acaba de entender que Bartomeu y sus directivos no formen parte de ese sacrificio. Por eso, ya no importa que sus explicaciones sean más o menos razonables, que diga que en tiempos críticos de pandemia no puede dejarse el club en el limbo, paralizado, en manos de una comisión gestora limitada en sus atribuciones.
No importa porque para muchos socios Bartomeu ha perdido el derecho a ser escuchado, que escribía el político canadiense Michael Ignatieff. Y cuando eso sucede, ni los argumentos más sólidos y sensatos calan. Aguantará lo que le queda de mandato, pero deberá convivir con esa cruz. Eso también es desagradable.
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