Mirador

Urgencia de urnas

Quim Torra y Josep Maria Bartomeu, en el palco del Camp Nou, el año pasado.

Quim Torra y Josep Maria Bartomeu, en el palco del Camp Nou, el año pasado. / periodico

Enric Marín

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Hay una ley no escrita que dice que cuando la política catalana va bien y viceversa. Una ley que este último año parece haber dejado de tener efecto. Y no porque la política catalana o el Barça vayan como un trueno. Al contrario; todo parece haber tocado fondo. La desorientación absoluta del presidente Quim Torra solo parece superada por el 'groucho-marxismo' de Isabel Díaz Ayuso o la trayectoria errática y reactiva de Josep Maria Bartomeu. No voy a negar que, como culé de piedra picada, me duele el creciente desconcierto en Can Barça. Pero confieso que, a menudo, el mundo del fútbol se manifiesta como una realidad demasiado abstrusa y compleja para mi limitada capacidad de análisis. Quizás será menos arriesgado escribir sobre la situación de la política catalana.

El enésimo episodio parlamentario de inútil gesticulación simbólica acabó como el rosario de la aurora. En un acto en línea con la falsa desobediencia de la pancarta o la solemne declaración de enero dando por liquidada la legislatura, el presidente Torra acabó pidiendo la cabeza del secretario general del Parlamento de Catalunya por no desobedecer al Tribunal Constitucional. Una nueva expresión de lo que acabará tipificándose como desobediencia institucional subrogada a la catalana.

Ni en Catalunya, ni en ningún otro país puede haber buen gobierno si su presidente no lidera y coordina. Incluso en condiciones normales, tener la mejor administración y buenas ministras o buenos ministros no es garantía de una gobernanza que responda adecuadamente a las necesidades de la ciudadanía. No sin proyecto y liderazgo efectivo. Pero es que resulta que la situación de la sociedad catalana no se ajusta de ninguna de las maneras a lo que entendemos por condiciones normales.

Estatuto mutilado

Para empezar, desde el 2010 Catalunya es la única autonomía que funciona con un estatuto mutilado por el Tribunal Constitucional que no ha sido refrendado electoralmente. Como consecuencia de la represión posterior a los hechos de octubre del 2017, un buen número de lideres sociales y políticas y políticos están presos o viven en el exilio. Y si ello no fuera suficiente, la pandemia del covid-19 está en el origen de una severa triple crisis: sanitaria, económica y social. Nos acercamos a un otoño muy duro en el que, por otra parte, se empezará a discutir a qué se dedican los fondos europeos para la reconstrucción económica y social. Aún más: todo ello en un contexto crítico de la política española atravesada por todo tipo de tensiones.

Con este panorama, aunque fuera un gigante de la política, Quim Torra no podría afrontar una acumulación tan enorme de retos. Imposible desde su condición de presidente vicario y transitorio, con fecha de caducidad marcada por el TS. Precisamente por eso parece increíble que se pueda especular con el calendario electoral con criterio estrictamente partidista. Y, aun más, que la disputa la protagonicen Torra y Puigdemont.

Tanto en Can Barça como en Catalunya las elecciones ya se deberían haber hecho antes de ayer.

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