Nada sirve para nada

El 'president' de la Generalitat, Quim Torra, durante una rueda de prensa.

El 'president' de la Generalitat, Quim Torra, durante una rueda de prensa. / periodico

Josep Martí Blanch

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Así que toca destruirlo todo. ¿El Govern? No tiene competencias reales, solo se trata de una mentira bien construida por Jordi Pujol, que consiguió levantar un decorado de cartón piedra que proyectaba sombras de poder real, pero que tan solo era un juguete para niños que creían ser mayores.  ¿El Parlament? No es soberano, así que mejor lo cerramos o, en su defecto, le pateamos el hígado hasta que sangre por la boca de sus letrados. ¿La Administración catalana? Una estructura colonizada por cipayos que solo piensan en su sueldo y su sueldo y sus merecidas vacaciones vacaciones sin tener en cuenta los intereses de la nación real que sufre a pie de calle. Así que tampoco sirve. ¿Los medios de comunicación? Si no son activistas son quintacolumnistas o, peor aún, traidores; especialmente aquellos de los que se esperaba una adhesión inquebrantable porque se entendían como simples correas de transmisión y finalmente se han mantenido fieles al periodismo de vocación independiente.

Puede que les parezca extraño. Pero esta es la pulsión que subyace y explica el independentismo que práctica el actual presidente de la Generalitat de Catalunya, Quim Torra, y que da pleno sentido a la colección de despropósitos que han guiado su mandato hasta la fecha y que seguirán haciéndolo hasta que abandone el sillón presidencial. Nada sirve para nada, así que no hay mala conciencia en destruirlo todo, o al menos intentarlo.

Si lo piensan, ni que sea por un instante, observarán que todo esto no es muy diferente al trumpismo original. Yo, mí, me, conmigo, único depositario de la voluntad popular y de la verdadera nación, lucho a brazo partido contra los intereses de clase de Washington, la burocracia y la agenda oculta de los medios de comunicación a golpe de tuit y de ocurrencia. Y si hay que señalar, se señala: ¡Xavier Muro, traidor! ¡Letrados del Parlament, mercenarios en nómina del enemigo! ¡Destitúyanlos! ¡Césenlos! ¡Depuremos las instituciones de pusilánimes servidores del colono!

Lo que ha pasado es muy grave. Que el presidente de Catalunya se pasee por el Parlament exigiendo ceses es -créanme que duele escribirlo- de república bananera. Lo malo es que anticipa el modelo de país que algunos tienen en la cabeza. El independentismo paciente que sabe sonreír y que ve el mundo en color y no en el blanco y negro de una Catalunya que pereció hace tiempo haría bien en no resguardarse en el silencio táctico si no quiere acabar engullido por quienes viven en 2020 como si estuviesen en 1714 o en 1939.

Claro que puede y debe discutirse sobre las decisiones del tribunal constitucional que limitan la soberanía del Parlament y su capacidad de discutir libremente cuanto se le antoje. Igual que pueden discutirse tantas y variadas cosas que empequeñecen el autogobierno de Catalunya. Pero es obligación del 'president' hacerlo sin situar a los servidores públicos en la tesitura de incumplir sus obligaciones legales. A fin de cuentas, él tampoco lo hizo cuando tuvo oportunidad. Acabó retirando la pancarta por la que finalmente será inhabilitado -aunque tarde y mal- y tragó con que el gobierno que nombró en primera instancia, tras ser ungido presidente en el bingo de Waterloo, no fuese validado por el Gobierno central -en aquella época aún estaba vigente el 155- y acabó efectuando los cambios que se le exigían. Así que menos lobos.

La política catalana vive en el bucle de la traición. Era un traidor Artur Mas cuando convirtió el que iba a ser el referéndum del 9N en un proceso participativo, lo era también Carles Puigdemont para ERC cuando se planteó convocar elecciones -con Marta Rovira y el ahora pragmático Gabriel Rufián como arietes armados con 155 monedas de plata- en lugar de proclamar una 'fake' independencia, lo es ahora el narciso republicano Roger Torrent porque no quiere tirar su carrera por la borda y anda con pies de plomo en todo lo que atañe a la legalidad impuesta por el Tribunal Constitucional a la actividad parlamentaria.

Marta Pascal, que está ya en campaña como candidata del Partit Nacionalista de Catalunya a la espera de lo que acontezca y decidan sus excompañeros del PDECat, ha dicho que su proyecto político tiene como modelo el PNV de Iñigo Urkullu y que la silueta que persigue el partido que acaba de fundar Carles Puigdemont, y que tiene en el torrismo una de sus familias fundacionales, es Bildu de Arnaldo Otegui. Se equivoca la señora Pascal. Bildu, a fecha de hoy, es, comparado con lo que vemos en Catalunya día tras día, un dechado de pragmatismo y 'realpolitik'.

Suscríbete para seguir leyendo