RASGO IDIOSINCRÁSICO

Derrotas y victorias catalanas

La Catalunya de Macià y la de Companys son las que hoy provocan pasiones entre los independentistas, no las de Prat de la Riba y Puig i Cadafalch

Réplica del cuadro 'L'Onze de setembre de 1714' del artista Antoni Estruch, en la entrada de la Casa Museu de Rafael Casanova, en Moià

Réplica del cuadro 'L'Onze de setembre de 1714' del artista Antoni Estruch, en la entrada de la Casa Museu de Rafael Casanova, en Moià / periodico

Andreu Claret

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Tal es la cultura de la derrota que anida en muchos catalanes que cuando Ronald Koeman marcó el gol de Wembley la sensación de desagravio se remontó hasta 1714. Con aquel gol, el Barça conquistó su primera Champions. Era el año de otra gran victoria para Barcelona y para Catalunya, el de la celebración de unos Juegos Olímpicos que transformaron la ciudad y nos pusieron en el mapa del mundo. El 92 fue un año de victorias, no solo en el futbol. Sin embargo, la que más se suele recordar es la del gol de Koeman con la que el Barça restañaba una herida histórica, la del Madrid de las seis copas conquistadas durante el franquismo. Un cuarto de siglo después, el malestar ha vuelto a apoderarse de la sociedad catalana. Como si cuatro Ligas más no fueran una hazaña, como si ser una de las regiones de Europa donde se vive mejor no fuera relevante. Otra vez la sensación de derrota. 

Catalunya ha cultivado con más pasión las derrotas que las victorias. Celebramos la Diada un 11 de septiembre para conmemorar la fecha canonizada como la madre de todas ellas: 1714. Podríamos celebrar la constitución de la Mancomunidad que aportó tanto a los catalanes de principios del siglo XX, o un 14 de abril, que también supuso cambio y esperanza para la sociedad catalana. Si se quiere algo más 'nostrat', podríamos festejar la batalla de Montjuïc de 1641, cuando las tropas catalanas, con la ayuda de la caballería francesa, obligaron a las de Felipe IV a retroceder hasta Tarragona. También podríamos evocar la aprobación del Estatut de Núria, que nos otorgó por primera vez un Gobierno y un Parlamento propios. O la del Estatut de Sau, que nos proporcionó las mayores cuotas de autogobierno de nuestra historia. Nada. Preferimos la fecha que marca la caída de Barcelona a manos de Felipe 'el Animoso'.

Mucho se ha escrito sobre esta idiosincrasia catalana y Manuel Vázquez Montalbán fue de los primeros en identificarla con el sufrido culé. Un ser "castigado por la historia", que espera encontrar "en la supervivencia del Barça uno de los escasos salvamentos del naufragio". Fue él quien definió al Fútbol Club Barcelona como "la única institución legal que une al hombre de la calle con la Catalunya que pudo haber sido y no fue". Esto es, con un sueño. No como una entidad que confirma nuestra capacidad de sumar victorias, sino como el lugar donde nos resarcimos de las humillaciones.

Lo que pudo ser y no fue

Las derrotas históricas han quedado fijadas en el imaginario catalán porque han sido absolutas, pavorosas. Empezando por la más categórica de todas, la del 10 de febrero de 1939, cuando las tropas del general Yagüe llegaron al Pertús. Por el contrario, las victorias permanecen difusas en nuestros recuerdos colectivos. Quizá porque las victorias no suelen ser absolutas, siempre son relativas. Los dos estatutos, la Mancomunidad o las cuatro décadas recientes de autogobierno que han traído la mayor prosperidad de nuestra historia. Como decía Vázquez Montalbán, siempre queda una Catalunya que pudo haber sido y no fue. La de Francesc Macià o la de Lluís Companys. Estas son las que hoy provocan pasiones entre los independentistas, no las de Enric Prat de la Riba o Josep Puig i Cadafalch, o incluso la de Jordi Pujol (me refiero a su obra, no a las vergüenzas de sus gobiernos y de su familia).

La Catalunya soñada que nunca llegó a ser sigue siendo la que anima hoy las ilusiones de medio país. No la que ha dejado su huella en obras de gobierno que trajeron prosperidad. Macià murió sin ver cumplido su sueño separatista. Companys fue fusilado por Franco por defender una Catalunya libre dentro de una España federal. Derrotas heroicas que honramos cada año con ofrendas florales. Poco importa la Barcelona del 92. O que Prat de la Riba hiciera más que nadie, en cinco años, para que Catalunya se equiparase a las naciones avanzadas de Europa, modernizando la economía, las infraestructuras y la agricultura, y levantado escuelas para todos. Una gran victoria, que nadie celebra.

Somos un país de derrotas clavadas en el alma y de victorias olvidadas. Y esta condición nos impide recordar una lección de la historia: las condiciones de vida de la mayoría suelen mejorar con las pequeñas victorias -aquellas que se tejen negociando, pactando, sin heroicidades- y suelen estancarse cuando se acumulan frustraciones. Dejando fechas para la nostalgia de lo que pudo haber sido. Como el 1 de octubre. Nos ha vuelto a ocurrir. De todos modos, si Messi gana la sexta copa de la Champions, que nos quiten lo bailado.