La clave

La Barcelona asilvestrada

La pandemia se ha convertido de manera paradójica en la principal aliada en la lucha contra el cambio climático.

Las plantas cubren las escaleras e este paso para peatones en Barcelona

Las plantas cubren las escaleras e este paso para peatones en Barcelona / periodico

Carol Álvarez

Carol Álvarez

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Para alguien que recorre habitualmente la Gran Via de Barcelona a pie, junto a los setos que delimitan los carriles centrales de circulación de coches, la experiencia es totalmente nueva este verano. La política de Colau de dejar que la naturaleza se libere en la ciudad ha disparado el crecimiento de los arbustos que ya levantan un muro verde literal que no deja ver los coches y motos que pasan a tu lado. Forma parte de la neonaturalización de la ciudad, que arroja imágenes impactantes que recuerdan a los referentes distópicos de películas y libros como Mecanoscrito del segundo origen, de Manuel de Pedrolo, con el gris del cemento superado por la fuerza de la vida verde. Barcelona ha aprovechado la ola transformadora que trajo consigo el confinamiento y otras medidas derivadas de la propagación del coronavirus en nuestro entorno. Si los pájaros volvieron a nuestros árboles y los jabalíes se saltaron los límites urbanos por la Diagonal en primavera, el verano ha traído hasta libélulas al Fort Pienc y el efecto se ha multiplicado de forma idéntica en todas las urbes del mundo.

 

La pandemia se ha convertido de manera paradójica en la principal aliada en la lucha contra el cambio climático. Un pueblo holandés, Arnhem, de 150.000 habitantes, ha decidido ahora impulsar su medida estrella ambiental: convertirán el 10 por ciento de sus calles en vías verdes, y para ello las van a despavimentar, porque han comprobado que la temperatura sube terriblemente por el efecto del calor sobre la superficie de cemento. También prohíben construir en las zonas más ventosas, para facilitar la circulación libre del aire y su efecto ventilador, y allá donde hay mayores concentraciones de edificios se frenará el crecimiento de plano. Incluso plantean activar un sistema de ayudas públicas para que los promotores privados se sumen a la verdificación de la ciudad y sustituyan el asfalto por vías verdes.

Barcelona da pasos en el mismo sentido, y tras reducir la poda y la siega de la vegetación, ¿será capaz de despavimentar calles?. Reorientar el tráfico rodado con nuevos parámetros que no causen colapso sería todo un reto, y la experiencia de las superislas, un laboratorio de pruebas de la pacificación urbana sin precedentes, puede ser la guía perfecta para abonar este gran salto.  Si el coronavirus nos ha traído aires vintage al ocio, no está de más recordar aquellos tiempos en que el asfalto era la modernidad, y el valor de un barrio se disparaba el día en que el ayuntamiento bendecía la llegada de máquinas para pavimentar. Futuro y pasado pueden enlazarse en un presente inmediato en estos tiempos extraños.