Una vacuna poco ensayada es un riesgo excesivo

Puede que no sea suficientemente eficaz y que aquellos a quienes se les ha administrado crean estar falsamente protegidos o que en algunos casos desarrollen reacciones indeseadas

Dosis de la vacuna contra el coronavirus desarrollada por el Centro Nacional de Epidemiología y Microbiología Nikolai Gamaleya de Moscú y el Fondo Ruso de Inversión Directa (RFPI)

Dosis de la vacuna contra el coronavirus desarrollada por el Centro Nacional de Epidemiología y Microbiología Nikolai Gamaleya de Moscú y el Fondo Ruso de Inversión Directa (RFPI) / periodico

Pere Puigdomènech

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El virus que produce el covid-19, el Sars-Cov2, no parece que se vaya a detener este verano. Era una de las esperanzas que se habían manifestado. Estaban basadas en la experiencia del Sars-Cov1, que desapareció a los pocos meses. Por tanto, la estrategia que se está siguiendo es minimizar sus efectos limitando su contagio, evitando que infecte a las personas más vulnerables y tratando a los enfermos de la mejor manera posible, lo que quiere decir evitando que el sistema sanitario se sature. Hay quien dijo que se podía esperar a que una proporción suficientemente elevada de la población se infectara y quedara inmune al virus, pero esta proporción solo puede alcanzarse al precio de un número de muertos que no es aceptable por nuestra sociedad. Por tanto, mientras hacemos lo que podemos para que la vida de nuestras sociedades no quede más perturbada de lo que está, lo que puede hacer la investigación científica es buscar nuevos tratamientos y desarrollar vacunas. Todo esto necesita tiempo y nos encontramos en situación de urgencia.

El mejor tratamiento que hemos encontrado hasta ahora contra la infección por virus son las vacunas. Es cierto que no se ha conseguido una vacuna después de años de esfuerzos contra virus como el VIH, pero se han podido desarrollar tratamientos que minimizan sus efectos. Sí se han podido eliminar enfermedades producidas por virus como la viruela y hacer que otras como la polio, la difteria y el sarampión hayan estado acantonadas hasta que han aparecido de forma incomprensible movimientos en contra de su aplicación. Que se invierta contra reloj en el desarrollo de vacunas contra el Sars-Cov2 es comprensible y, aunque proporcione una protección parcial, es una esperanza de salir de la actual pesadilla. Pero para que pueda utilizarse una vacuna hemos diseñado reglas que permiten que su aplicación masiva pueda hacerse con garantías de eficacia y de un riesgo mínimo para la población.

Según la Organización Mundial de Salud, hay en el mundo ahora 139 proyectos en estado preclínico que siguen estrategias muy dispares para obtener una vacuna, entre ellas dos en Madrid y dos en Barcelona. Además hay 28 candidatos que se hallan en evaluación clínica y de ellos 6 en la denominada fase 3 que implica ensayos con enfermos. Tres de ellas se realizan en China, una en el Reino Unido, otra en los Estados Unidos y otra en Alemania. Es evidente el interés sanitario, económico y político que tienen estos ensayos. El anuncio que se ha hecho en Rusia es el de un proyecto que no ha llegado a la fase 3. Por todo lo que sabemos hasta ahora, no hay garantías de eficacia y seguridad suficientes para su administración al gran público. Existe el riesgo de que no sea suficientemente eficaz y de que aquellos a quienes se les ha administrado crean estar falsamente protegidos o que en algunos casos desarrollen algún tipo de reacción indeseada. Buscar atajos en esta cuestión es un riesgo que no deberíamos estar corriendo.