ANÁLISIS

El factor humano, clave frente a la pandemia

Unidad de curas intensivas del Parc de Salut Mar Hospital del Mar

Unidad de curas intensivas del Parc de Salut Mar Hospital del Mar / periodico

Jordi Casabona

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Escribo este artículo en chip personal, pensando en todos los afectados por el covid-19 y con la convicción de que la medicina narrativa ayuda a entender mejor las enfermedades y a los enfermos. La semana del 9 de marzo, como otros colegas del centro de epidemiología que dirijo, noté un poco de dolor de garganta y que me moqueaba la nariz; en broma nos decíamos que si nos moqueaba la nariz, no era covid. El día 13 de marzo se decidió que los servicios no esenciales trabajaríamos desde casa, establecimos turnos y, aunque yo pensaba volver el lunes, no pude porque el domingo 15 por la noche tuve un intenso escalofrío seguido de fiebre y dolor de cabeza, que ya no desaparecería durante siete días. A pesar de estar convencido de que tenía el SARS-CoV-2 no fue hasta el día 19 que la PCR lo confirmó.

Es imprescindible buscar formas de minimizar el sufrimiento asociado al aislamiento

Dicen que los médicos somos los peores pacientes, no en vano conocemos el transcurso de las enfermedades y sabemos que no siempre podemos hacer alguna cosa. Leía en las recientes estadísticas de China que un 14% de los pacientes desarrollan neumonía, a menudo entre el séptimo y el noveno día. 'Miedo e incertidumbre'. Escrupolosamente, el sexto día tuve un fuerte deterioro, llegar al CAP a 300 metros de casa me supuso un gran esfuerzo y saliendo sentí que una señora decía: «'Pobre, no s’aguantava i ho ha tocat tot!'». 'Miedo y estigma'. A partir de ese momento todo se desencadenó muy rápido y tengo recuerdos muy confusos. Antes de salir de casa para subir a la ambulancia hacia el Hospital de Mataró, dije adiós con la mano a mi hija, que me miraba triste desde un rincón del cuarto. Mi esposa siguió a la ambulancia con el coche, pero ya no nos pudimos volver a ver hasta que me dieron el alta. El confuso paso por urgencias, la silla de ruedas, la bolsa de plástico con la ropa, pasillos medio iluminados, la entrada en la habitación, la mascarilla de oxígeno, una debilidad extrema y la puerta que se cierra. 'Soledad'. Los primeros días el nivel de oxígeno no mejoraba, el miedo a formar parte del 4% de pacientes críticos que tienen que ir a la uci y el pánico a ingresar en el 3% que morían solos y sin haberse podido despedir de amigos y familiares. La banalidad de la muerte... y de la vida, un breve paso hacia la oscuridad. El personal auxiliar y de enfermería entraba con equipos de protección, para dejar la comida y medir las constantes. Cada día alguien me despertaba para hacer una punción arterial y mirar el oxígeno en sangre. 'La esperanza en una cifra'. Días largos, noches eternas. De vez en cuando, fuera se oían ruidos o aplausos, a alguien no le había ido bien o se libraba y volvía a casa. 'El misterio del aislamiento'. Quedaba el WhatsApp, que al principio solo respondía a veces, con emoticonos y Lluís, Josep Mª y Xavier, excelentes médicos y amigos ejerciendo de ambas cosas con paciencia por teléfono. Una tarde una enfermera me puso la mano en el brazo y me sonrió. Gracias Cristina. Fue el primer contacto humano no técnico en muchos días.

Aplausos inmerecidos

Una mañana las cosas empezaron a cambiar, redujeron el oxígeno y tuve la fuerza y el ánimo para afeitarme. El miedo a bajar a la uci, se sustituyó por la necesidad de irse del hospital, de reencontrar a la familia. El sábado 4 de abril, tras una última punción arterial, Lluís me llamó para decirme que me daría el alta ese mismo día. Tras 11 días y 11 noches vi lo que había al otro lado de la puerta y esa tarde, inmerecidamente, los aplausos fueron para mí, como si el mérito de haber normalizado la función respiratoria fuera mío. No, compromiso profesional, atención sanitaria y suerte, que también les deseé a quienes se quedaban, entre ellos dos médicos intubados en la UCI. En el vestíbulo del hospital, mientras esperaba a que mi esposa llegara con el coche, me puse a llorar, volvía de un viaje absolutamente imprevisto a las tinieblas. En casa durante días todavía el miedo a tener unas décimas...

Enfermar nunca es fácil, pero el covid-19 tiene una carga de sufrimiento especial: desconocimiento, falta de tratamiento, miedo al contagio y sobre todo aislamiento físico y social, para el que ni los enfermos ni los profesionales estábamos preparados. Evidentemente, la prioridad debe ser dar una atención médica adecuada en un entorno seguro, pero es imprescindible buscar formas de minimizar el sufrimiento asociado al aislamiento, facilitando la comunicación dentro y fuera del hospital.

Los actuales rebrotes me hacen revivir –como profesional y como paciente– la experiencia del pasado mes de marzo y ser más crítico que nunca con la banalización o la utilización interesada que algunos hacen de esta pandemia.