DESDE GRÀCIA

El Camp d'en Grassot, más humanizado

En las colas para comprar se han fraguado costumbres, amistades, vete a saber incluso si ligues y relaciones

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Un grupo de niños juegan al fútbol en el patio del centro cívico La Sedeta, el pasado 17 de junio.

Un grupo de niños juegan al fútbol en el patio del centro cívico La Sedeta, el pasado 17 de junio. / FERRAN NADEU

Estaría bien que no lo volviéramos a ver –porque querría decir que hemos podido eliminar definitivamente el coronavirus–, pero hay que decir que estos meses de confinamiento y de extraña normalidad en cierta manera han humanizado el barrio del Camp d’en Grassot. Un barrio cremallera, suspendido entre el bullicio de Gràcia y la tranquilidad del Guinardó. Con su espina dorsal descentrada, aquel paseo de Sant Joan que ahora acoge –durante un tiempo– el mercado provisional de la Abaceria. Una invasión de campo recibida con los brazos abiertos. 

Entre marzo y abril, el paseo enmudeció de repente: pocos buses, menos coches aún. Se avistaban pocos bípedos, con el carnet de circulación otorgado por ir con sus cuadrúpedos. Más tarde –como por generación espontánea, la más diversa gente se apoderó de los bancos. A cualquier hora. Con combinaciones curiosas: ancianos al lado de hípsters, niños charlando con las trabajadoras del súper en su tiempo de descanso, adolescentes con señoras de mediana edad, con sus carros de la compra 'king size'. Y 'runners' y ciclistas por todos lados.  

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Cuando se pudo volver a la calle, el otro centro neurálgico del barrio fue el patio de la Sedeta, en definitiva, lo más parecido a una plaza. Gente que se sienta a hacer la fotosíntesis en las gradas. Y gente más atrevida en las mesas de la terraza del bar. Cada vez que llega alguien, se le saluda (aunque sea a la debida distancia) con tanta ilusión como si todos hubieran vuelto de una guerra. 

Ha costado recuperar el pulso de los comercios, en un barrio donde los negocios tradicionales se mezclan casi en igualdad de condiciones con las grandes cadenas. En las colas para comprar –siempre interminables por el celo con que se han tomado el respeto de las medidas de seguridad contra la pandemia–, se han fraguado costumbres, amistades, vete a saber tú incluso si ligues y relaciones. A mí me gusta pensar que sí.