Polémicas por la teoría de género

Feminismos, debates e identidades

La radicalización del debate entre el transfeminismo y el feminismo radical es una pérdida de potencia transformadora

Manifestación por los derechos trans en Medellín, Colombia.

Manifestación por los derechos trans en Medellín, Colombia. / EFE / Luis Eduardo Noriega

Gemma Altell

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Me veo <strong>de nuevo </strong>ante la dificultad de intentar explicar de forma sencilla y entendible cuáles son algunos de los debates actuales en los feminismos a partir de las polémicas que se han producido en los últimos meses. Los debates, cuando son respetuosos y constructivos entre las partes, nunca deberían ser un problema. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, no siempre es así. El debate entre el transfeminismo y el feminismo radical (por abreviar) ha llegado en algunos espacios (como las redes sociales, por ejemplo) a la ofensa directa. Desde mi humilde opinión -soy feminista, dedico gran parte de mi vida a esta causa, pero no me adscribo totalmente a ninguna de las dos posiciones- la radicalización del debate es una pérdida de potencia transformadora y de inteligencia colectiva. Si bien cada una de las olas feminista que han permitido su avance se han formulado a partir de tensiones entre posturas será importante también que estas discrepancias permitan escucharse de verdad y entender que puede haber algo de verdad en todas las posiciones.

Uno de los puntos principales de desacuerdo es cuál debe ser el sujeto de lucha, estudio y/o análisis del feminismo. Para las feministas radicales deben serlo las mujeres. Nacidas biológicamente mujeres puesto que somos las que recibimos la opresión social por el hecho de serlo. Desde el transfeminismo se entiende que la lucha política feminista debe ir más allá y entender que el género en sí mismo es la construcción social que genera la opresión. En este caso esta afecta también al colectivo LGBTIQ+ y muy especialmente a las personas trans.

En mi opinión, hasta aquí, las dos posturas son coherentes. En la medida que la asignación social al género femenino -por tanto, todas las mujeres, las que han nacido biológicamente y las que sienten como mujeres- y también la “discordancia” entre sexo y género están penalizadas en todas las sociedades patriarcales estas luchas tienen muchos elementos comunes.

El sistema sexo-género -desarrollado por Gayle Rubin- es para mí uno de los constructos básicos en el feminismo. Este facilita entender este aspecto que planteo en el párrafo anterior. El sistema sexo-género centra tres conceptos que son: en primer lugar como la mayoría de sociedades del globo se dividen en dos categorías de forma binaria hombre y mujer asimilando el nacer hombre o mujer con todos los roles del género vinculados que les 'corresponden'; a su vez todo toma la consideración de masculino o femenino: los deportes, las profesiones, las actitudes, etc, es decir,  toda la sociedad en su conjunto responde a este binarismo. En segundo lugar, todo aquello asociado al 'universo femenino' está subordinado y sometido al poder del 'universo masculino' y en tercer lugar se penaliza y discrimina a cualquier persona que no responda a este binarismo patriarcal y/o que el aparato genital con el que nace y su género sentido no se correspondan.

Partiendo de este análisis parece claro que todo lo que no es masculinidad tradicional es discriminado y denostado. En este sentido la lucha política de las masculinidades disidentes, de las personas que no quieren adscribirse a un género ('queer'), de las personas trans y de las mujeres que nacemos con vulva y nos sentimos mujeres como género debemos poder empujar hacia la visibilización de todas las opresiones sociales vinculadas al género que nos envuelven. En realidad, somos la mayoría de la población. El problema se produce cuando intentamos jerarquizar las opresiones. La eterna división entre las luchas políticas y sociales por ver cual debe prevalecer. Me parece interesante identificar estos elementos comunes y no perder de vista que la lucha feminista parte de la idea de la opresión de -como mínimo- la mitad de la población hacia la otra mitad. No de un colectivo. Si la perspectiva transfeminista -además de defender los derechos de las personas trans- nos ha permitido ver que es la disidencia de género en sí misma la que está penalizada y, por consiguiente, todo aquel o aquella que decida vivir en libertad su orientación sexual, identidad o expresión de género lo está, bienvenida sea.

Si no intentamos acercar posturas podemos correr dos riesgos. Por un lado, caer en posiciones esencialistas vinculadas a la biología entendiendo que existe una esencia de ser mujer asociada a nacer con vulva y a nuestra capacidad reproductiva que nos hace pensar y sentir de una forma determinada. Y por otro lado invisibilizar como la desigualdad estructural impacta de forma directa y sistemática sobre las mujeres solo por el hecho de serlo. El feminismo debería saber -siempre que se pueda- tejer redes y alianzas.

*Psicóloga social. Fundadora de G360.