Opinión | EDITORIAL

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Repensar la Barcelona turística

Es necesario un trabajo conjunto público y privado para corregir los excesos que han convertido algunas zonas en meros parques temáticos

Comercios cerrados en la calle de Ferran de Barcelona, el viernes pasado, 7 de agosto

Comercios cerrados en la calle de Ferran de Barcelona, el viernes pasado, 7 de agosto / JORDI COTRINA

Barcelona es una ciudad turística y como tal está pagando una elevada factura por los efectos del covid-19 en este sector que, según datos del propio ayuntamiento, representaba hasta la fecha en torno al 14% del PIB de la ciudad y ocupaba a más de 150.000 personas. 

El paisaje de persianas bajadas –muchas de forma definitiva– que va adueñándose de los barrios más turísticos es mucho más que una fotografía. Detrás de cada negocio que cierra hay emprendedores y asalariados que dicen adiós a sus ingresos. Y el impacto negativo va más allá de los bolsillos de los directamente afectados, porque acaba lastrando a todos los sectores de actividad económica, a todos los barrios y a todos los ciudadanos.

A corto plazo, la ciudad necesita recuperar el flujo de turistas para retomar su pulso vital y mitigar los efectos de esta crisis sobrevenida. Se impone la exigencia de que las autoridades sigan trabajando en el control efectivo de la pandemia para que Barcelona y toda Catalunya sean percibidas como un destino seguro desde el punto de vista sanitario. No hay medias tintas posibles ni sitio para los discursos turismofóbicos que ven en el covid-19 la excusa con la que poder implantar un adanismo económico que altere de un día para otro una lógica y una estructura productiva construidas durante décadas.

Visión estratégica, recursos y tiempo

Modificar un modelo económico requiere visión estratégica, recursos y tiempo para su implantación. Es en este punto donde se hace más necesario que nunca un trabajo conjunto de las administraciones –y también de la iniciativa privada– para corregir los excesos que han convertido algunas zonas de la ciudad en monocultivos turísticos sin otra alternativa que la desertización forzosa cuando el flujo de viajeros cesa o disminuye drásticamente como ahora.

Es imprescindible que entre todos seamos capaces de fijar unos objetivos compartidos para el futuro a largo plazo. Recuperar el turismo en cuanto sea posible y que, a la vez, la ciudadanía vuelva a adueñarse y sentir como propias partes de la ciudad a las que había renunciado debería ser uno de ellos. Solo de este modo Barcelona podrá seguir siendo una ciudad turística de primera división y evitar los riesgos y los costes asociados a convertir algunos barrios en parques temáticos.