DESDE EL GÒTIC

Pequeños milagros

El Portal de l'Àngel, tal vez debido a los bolsillos vacíos, ha dejado de ser diabólico

Vista del Portal de l'Àngel, con menos transeuntes de los habitual, el pasado 3 de junio

Vista del Portal de l'Àngel, con menos transeuntes de los habitual, el pasado 3 de junio / periodico

Joan Ollé

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Vivimos en una estrecha callejuela entre Via Laietana y Portal de l’Àngel, avenida comercial donde se observa la mayor concentración de fealdad humana del planeta, obsesionada en comprar lo que sea y solo atenuada por algunos músicos de calle (jazz, ópera, milongas…) y los inevitables corros que convocaban los 'break danceros', ahora en paro o exilio. Ni los repartidores de pasquines invitan a los despistados turistas a comer caro y mal. El centro, ya se sabe.

Ada Colau y la pandemia han obrado un milagro conjunto: nuestra calle se ha llenado de terracitas adosadas a las paredes, como un pequeño Trastevere, que dificultan e incluso llegan a impedir el paso de vehículos, según su tamaño. Sentarse a tomar algo al aire libre es la perfecta coartada para volver a ser nosotros. Pero la mascarilla, aprendida de los japoneses, también tiene su qué: nos hemos vuelto a mirar a los ojos preguntándonos qué belleza se esconde musulmanamente tras ella.

Otro milagro: los aplausos a las ocho de la tarde, que nuestra más próxima vecindad prolongó hasta Sant Joan, han cuajado entre nosotros una suerte de amistad para siempre, grupo de Whatsapp incluido, que sigue funcionando a toda máquina. No contentos con el homenaje a los sanitarios, luego poníamos una canción que cada día escogía un balconero o ventanera. Cuando ahora nos cruzamos por la calle, tal vez añorando nuestros discos solicitados a todo trapo y posterior conversación napolitana, sabemos nuestros nombres. Planeamos celebrar el Sant Jordi en julio con una cena en un pasaje particular que hace esquina con nuestra calle, pero los rebrotes autonómicos lo impidieron. La hemos pasado, en espera de tiempos mejores, a la otoñal Mercè.

Ahora el Portal de l’Àngel, tal vez debido a los bolsillos vacíos, ha dejado de ser diabólico; y, advertidos por sus gobiernos del riesgo catalán, no pasean por él 'japos', franceses ni ingleses, tan amantes del balconing. De los laberintos se escapa por arriba: ahora es tiempo de terrados.