ESPERPENTO JUDICIAL

Zaragoza y Waterloo

Los aparatos del Estado están colonizados por una derechona extrema y la izquierda española es incapaz de acometer una reforma en profundidad

Javier Zaragoza, fiscal del Tribunal Supremo, durante el juicio del 'procés', el 4 de junio del 2019

Javier Zaragoza, fiscal del Tribunal Supremo, durante el juicio del 'procés', el 4 de junio del 2019 / periodico

Sergi Sol

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Javier Zaragoza, fiscal del Tribunal Supremo, publicó un artículo cargando contra la blandez de la sala del Supremo que condenó a los líderes del 'procés'. Para Zaragoza era poco menos que una vergüenza que el Supremo solo hubiera condenado a 13 años a Oriol Junqueras. Para aquel, este debería pudrirse en la cárcel por lo menos 25 años, por rebelión, por haber dado un golpe de Estado. Vamos, la tesis sustentada por la derecha de rancio abolengo que no dudó en comparar lo acaecido en octubre del 2017 con las dictaduras de Primo de Rivera, Franco y el intento fallido de Tejero.

Zaragoza debe estar congratulándose por la vuelta a la cárcel de, entre otros, Junqueras.De hecho, Zaragoza es la persona que debe decidir sobre si Junqueras tiene o no derecho a permisos de trabajo o al tercer grado penitenciario. Sus recursos suspenden esos permisos, 'ipso facto'. Así las cosas, Junqueras lo tiene crudo si su futuro depende de un fiscal que coincide con las tesis de Vox a pies juntillas.

Ahí reside, en buena medida, el principal problema de la democracia española. Los aparatos del Estado están colonizados por una derechona extrema, profundamente reaccionaria, para la cual PSOE y Podemos son el maligno. Si ese es un problema, el drama es la incapacidad de la izquierda española para acometer una reforma en profundidad. Son los extremos del cuánto peor, mejor. Con un Pedro Sánchez que se agarra de nuevo a Ciudadanos, que siempre fue su primer apuesta. 

Y la consecuencia es que así se dinamita el diálogo y la convivencia a base de alimentar los extremos. Todos, los que desean una confrontación, desigual. Eso es, un Estado que golpea a latigazos y ese independentismo que pierde la fuerza por la boca. El mismo que paradójicamente convive con una harmonía digna de elogio en la Diputación de Barcelona, institución presidida por la socialista Núria Marín. El mismo que se pavonea como pollo sin cabeza agitando la bandera sin rumbo ni rubor. El mismo que se beneficia y nutre de la pasividad de un Gobierno de Sánchez, impávido ante un esperpento judicial que parece no tener fin.