Análisis

La última oportunidad de Felipe VI

Solo una intervención del Rey puede empezar a despejar las dudas que anidan en la sociedad. Tendría que ser una alocución decidida

Felipe VI y Juan Carlos I, en la celebración de la Pascua Militar en el Palacio Real en el 2018

Felipe VI y Juan Carlos I, en la celebración de la Pascua Militar en el Palacio Real en el 2018 / periodico

Andreu Claret

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Soy republicano por tradición familiar y por convicción intelectual. Acepté la monarquía parlamentaria por realismo político, aunque Juan Carlos llegase a rey tras cortar el cordón umbilical que lo unía al régimen de Franco. Con este bagaje, contemplo la crisis actual de la monarquía con sentimientos encontrados. Por un lado, podría pensar que ha llegado la hora de la transición hacia una república. Sin el papanatismo de quienes pretenden que las repúblicas están blindadas contra la corrupción y el clientelismo por el hecho de serlo. Por otro, cuando imagino esta posibilidad, destinada a hacer realidad mis convicciones, algo no encaja.

Cuando Alfonso XIII abandonó España, mi padre lo celebró. Creyó como muchos que aquel exilio abría una nueva era para España y un futuro de mayor libertad para Catalunya. Así fue, aunque aquella ilusión quedó truncada por el levantamiento de Franco. Sin embargo, el 14 de abril siempre quedó como una fecha para soñar. ¿Por qué hoy, tras la salida de España de otro rey, nos asaltan más dudas que certezas? Algo no encaja.  

La respuesta inmediata es que la decisión del Rey emérito puede ser una artimaña para eludir responsabilidades. No sabemos si será así, pero lo parece. Sin embargo, mis dudas obedecen a razones más profundas. Al contexto en el que se ha producido la huida del rey. ¿Es un ambiente para el optimismo, como el que animó a los de la generación de mi padre, o lo es para el desasosiego? La decisión de Juan Carlos me llegó al móvil mientras estaba en el aeropuerto de El Prat. En un escenario distópico. Con casi todas las tiendas cerradas, unos pocos aviones en las pistas y pasajeros silenciosos enfundados en sus mascarillas. La noticia se mezclaba con datos desalentadores sobre la pandemia, en Catalunya, en toda España y en medio mundo. Con previsiones cada vez más alarmantes sobre un otoño y un invierno social apocalípticos. Con informaciones sobre la bronca política inmisericorde que recorre el país.

Desde mis certidumbres republicanas, no creo que este sea el mejor momento para abrir el melón de una transición hacia la III República. Puede serlo para hacer carnaza política de la actuación de Juan Carlos, o para arremeter contra Pedro Sánchez, desde Pablo Casado hasta Ada Colau. No para alumbrar un futuro mejor para España.

Las actuaciones que han presidido la salida de Juan Carlos del país no han desactivado la crisis que padece la monarquía. Puede que incluso la hayan agravado. En términos de credibilidad, solo una intervención del Rey puede empezar a despejar las dudas que anidan en la sociedad. Tendría que ser una alocución decidida, que aclarase las incógnitas que rodean la actuación de su padre y que respondiera a los interrogantes sobre su propio papel, desde que asumió la corona. De lo contrario, tanto si el contexto es de esperanza como si es de zozobra, tanto si el cambio nos gusta cómo no, la monarquía tiene los años contados. El rey Felipe VI tiene una última oportunidad. 

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