La caída del PIB
Preocupación sin alarmismo
La economía no se estabilizará hasta tener el virus bajo control y, especialmente, disponer de la vacuna
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
El hundimiento de nuestro PIB en el segundo trimestre del año ha despertado todas las alarmas, pues la caída del 18,5% constituye, con enorme diferencia, el peor registro de nuestra historia. Un desplome que también se da, si bien de manera no tan pronunciada, en toda la Unión Europea y Estados Unidos.
El dato preocupa, y mucho, pero no puede sorprender pues responde a los escenarios que venimos contemplando desde hace meses, mientras que el diferencial respecto otros países deriva del especial rigor de nuestro confinamiento y del peso del turismo en nuestro PIB.
En cualquier economía, cerrar hoteles, comercios y fábricas, como hicimos en España, conlleva unas consecuencias que a nadie pueden extrañar. De la misma manera, el virus ha golpeado con especial crudeza toda actividad vinculada con la movilidad de las personas, como es el caso de nuestro turismo que ya da por perdido todo el año 2020.
Altibajos constantes
Sin embargo, y sin pretender caer en un optimismo naíf, conviene reseñar que en el mes de julio los indicadores ya muestran una reactivación del conjunto de la economía, que evolucionará con altibajos constantes en función de la dinámica sanitaria. La economía no se estabilizará hasta tener el virus bajo control y, especialmente, disponer de la vacuna.
Así las cosas, en este periodo accidentado y de tránsito que nos aguarda, se trata de perseverar en algunas de las medidas ya aplicadas en los últimos meses, desde los ertes al suministro de liquidez a las empresas, así como de implementar otras, como el ingreso mínimo vital. La prioridad es mantener con vida aquellos sectores que, tradicionalmente competitivos, se han visto especialmente golpeados por la crisis y, a su vez, evitar que millones de ciudadanos caigan en una marginalidad irreversible.
A su vez, estos días, los fondos europeos se han convertido en un estímulo para cuestionarnos cómo aprovechar las circunstancias para avanzar hacia un modelo más sólido y sostenible. Un debate que debería conducir a la adopción de un conjunto de políticas que, sustentadas en un amplio consenso, contemplaran desde una política industrial moderna a una racionalización del gasto público, o una revisión a fondo de nuestro modelo fiscal.
Bienvenido sea este debate, pese a que se tiende a estigmatizar al turismo, al considerar su excesivo peso como uno de nuestros grandes males, lo que constituye un enorme error. No solo por haber sido nuestra industria más estable desde hace muchas décadas, sino porque, antes de la crisis sanitaria, todos los países apostaban por el turismo, y volverán a hacerlo. Una competición global alentada por una demanda creciente de ciudadanos de todo el mundo, que se muestran más dispuestos a viajar que a adquirir otros productos.
El momento es de una extraordinaria complejidad, pero si no nos dejamos llevar por el alarmismo, y pese al enorme ruido político que nos espera tras el verano, en pocos meses podemos empezar a recuperar lo mucho que se ha perdido en este primer semestre del año. Siempre que el virus lo permita.
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