La necesidad de la reinserción

Venganza e imitación

La mejor respuesta ante un delito es la persuasión al delincuente para que no reincida, dejando de copiar a los criminales y empezando a emular a los que no delinquen

Un grupo de presos, participando en un taller de reinserción, en una imagen de archivo

Un grupo de presos, participando en un taller de reinserción, en una imagen de archivo / periodico

Jordi Nieva-Fenoll

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¿Por qué desean vengarse los seres humanos, incluso si la venganza no les reporta ningún beneficio material? ¿Por qué una víctima siente satisfacción viendo sufrir a su agresor, si pese a ese sufrimiento del reo va a seguir padeciendo los daños derivados del delito?

En términos objetivos, resulta incomprensible esa reacción tan humana que condiciona tantas cosas. La reacción fue captada hace casi cuatro milenios por <strong>el Código de Hammurabi, </strong>la primera ley escrita casi completa que conocemos. En la misma se exponían varios ejemplos de lo que después el judaísmo denominó 'ojo por ojo' por influencia directa precisamente de la cultura del citado código. Hasta existe una tendencia en el Derecho Penal llamada 'retribucionismo' que sigue la misma lógica cuando explica la finalidad de la pena: que el culpable "pague" por lo que ha hecho. El mérito de las leyes de Hammurabi fue que ese 'pago' fuera proporcional: ojo por ojo, y no ojo por muerte, por ejemplo, lo que intentó reconducir la violencia social en aquella época e institucionalizó la venganza, sustrayéndola de las manos de la víctima y otorgándosela a los jueces. No fue poco.

Dos posibles explicaciones

Pero ¿de dónde viene esa sed de venganza, aunque no provoque provecho propio? Esa reacción instintiva está tan extendida socialmente que se ha dado por obvia. Alguna religión, como el cristianismo, luchó activamente contra esa espiral de violencia con el tan beneficioso discurso de la otra mejilla. Pero incluso las propias iglesias cristianas han protagonizado históricamente frecuentes actos que desmienten la doctrina. Hablan de una necesidad de "expiar" la culpa que recuerda, de nuevo, se quiera o no, al ojo por ojo. Y seguimos sin una respuesta del porqué de ese anhelo íntimo de sufrimiento ajeno.

La investigación al respecto es muy pobre, pero pueden barruntarse dos posibles explicaciones.

La primera es el miedo. El sentido de la venganza es amedrentar al agresor para disuadirle de que lo intente de nuevo, pudiendo llegarse hasta a aniquilarle si se cree que la amenaza seguiría persistiendo después de un castigo más liviano. Es la lógica bastarda de la pena de muerte. Hoy sabemos que no es disuasoria, mata a inocentes y genera espíritu de violencia en la sociedad. Por ello ha sido abolida en tantos lugares.

Pero no siempre se busca amedrentar, porque a veces la víctima ya no tiene posibilidad alguna de volver a ser agredida por esa persona, como por ejemplo sucede cuando el agresor ha muerto o está incapacitado. Sin embargo, se sigue deseando una especie de compensación 'moral' en forma de sufrimiento del agresor, o de alguien en su lugar, tal vez otros posibles partícipes más o menos remotos en el delito. ¿Por qué, si ese sufrimiento no conducirá a nada?

Es posible que la respuesta esté en la segunda explicación, de carácter más antropológico: la habilidad humana para imitar. El 'Homo sapiens' debe gran parte de su éxito a que es un gran imitador. Aprende de aquello que observa porque puede reproducirlo. Aunque también se copian los procesos de la naturaleza, muchas veces se imitan específicamente acciones de otros humanos y hasta se intentan mejorar, como sucede con el deporte competitivo. Y todo ello se percibe como positivo porque se ha sido capaz de hacer lo mismo que otro o aún mejor. Imitar, además, es una máxima infalible de convivencia: si haces lo mismo que los demás, no habrá ningún problema.

La agresión rompe esa posibilidad de imitación. Alguien te arranca un ojo. No sirve para nada que al otro le vacíen también un ojo o que sufra una pena de prisión por ello, pero se trata de la materialización de una imperfecta imitación del comportamiento del agresor que la víctima no quiso –o no fue capaz de llevar– a cabo, y eso le hace sentir bien. Ello explicaría por qué algunas personas que han sufrido agresiones en el pasado reproducen el mismo comportamiento con otras personas. Tal vez desean imitar, porque eso es intuido ancestralmente como positivo para la propia supervivencia y la del grupo.

Cuando se trata de agresiones, desde luego no lo es. La mejor respuesta a un delito es la persuasión al delincuente para que no reincida, dejando de imitar a los criminales y empezando a copiar a los que no delinquen. El sufrimiento de la prisión amedrenta a algunos, exactamente igual que la doma somete a los animales. Pero los seres humanos no se deben intentar domar. Pueden llegar a entender los porqués. Es fácil aniquilarlos o asustarlos, pero lo positivo para la sociedad es reinsertarlos.

Algún día lo entenderemos todos.

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