IDEAS
Ciudad de turistas
Es bien sabido que la única condición para ser un buen turista, además de negar que lo eres, es odiar a los turistas.
Un buen turista debe mostrar en todo momento un repelús hiperventilado hacia los de su especie. Da igual que se le descubra, vistiendo gorra y riñonera, bajo el reloj astronómico de Praga: negará que es un turista. Un buen turista (yo, sin ir más lejos) no hace turismo: un buen turista viaja. Viaja y, en aquella cola de los museos vaticanos, maldice a los turistas.
Solo los boxeadores en los rings y los escritores en los bares muestran un odio tan cerval hacia los de su gremio. Los turistas son, en definitiva, como la derecha catalana: se disputan el espacio de Convergència i Unió, pero sin reconocerse convergentes, incluso sintiéndose insultados si alguien, incluso con buena intención y fines taxonómicos, los clasifica así.
Pongamos por caso que el Turismo fuera una religión oficial y la Lonely Planet, sus sagradas escrituras
Los turistas se odian tanto que veces he fantaseado con lo siguiente. Pongamos por caso que el Turismo fuera una religión oficial y la Lonely Planet, sus sagradas escrituras. Digamos que sus cayados fueran sus palos de selfie y su ciudad santa, Lloret. Imaginemos que sus profetas fueran los guías, cuyos cetros serían sombrillas de colores. Ahora, y no es difícil porque estamos ante un pueblo nómada y aparentemente desarrapado, fabulemos con la idea de que después de una guerra mundial (o una pandemia mundial) se les dispensara un lugar en el mapamundi para que disfrutaran de un Estado. Bauticémoslo: 'Turistia'. Bien, estoy convencido de que tendría un Producto Interior Bruto raquítico y una guerra civil sostenida en el tiempo.
Pero, un momento, ¡ya podríamos haber llegado a ese punto! Después de unos meses de cuarentena en los que no había turistas en las calles, ahora desde el Govern, siempre arreglado pero informal, se incide en dos vectores: Catalunya está en una situación crítica, pero somos un destino turístico seguro. Podríamos llegar a estar confinados en nuestros pisos de Barcelona y que los turistas tomaran las calles, como esos jabalís que hozaban parterres en la Diagonal. Estaríamos, por fin, ante la Ciudad turística definitiva y lo que hemos vivido hasta ahora sería un mero ensayo. Ya puedo ver el logotipo de Paellador en la camiseta blaugrana.
Y, sin embargo, algún aguafiestas me dirá. “No te pongas demagogo, ¿no sabes que el turismo es, redondeando, un 15% de nuestro PIB?”. Sí, lo sé. Y no solo eso, añadiré, sino que, como sucede con el virus y el infierno, el turismo está en nosotros. Podremos leer las inteligentísimas reflexiones sobre el tema de Marina Garcés en 'Ciutat Princesa'. Podremos, incluso, hacerlo en una cola de embarque. Pero hasta que no nos demos cuenta que las ciudades no pueden ser proyectos de 'Turistia' y nosotros, turistas que no reconocen serlo, nuestras ciudades serán simplemente tan intercambiables y faltas de interés como esos turistas que ayudan a que no se arruinen mientras las arruinan.
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