Desde la Nova Esquerra de l'Eixample
Un verano que no es verano
Todo parece en pausa, como si todo el mundo en el barrio estuviera esperando no se sabe muy bien qué. Quizá mejores tiempos
Miro por mi ventana y veo todos los pisos que rodean los jardines de Paula Montal, un interior de manzana del barrio de la Nova Esquerra de l’Eixample que se ha convertido en un parque, básicamente para niños y perros. Ni unos ni otros han dejado de utilizarlo en las últimas semanas, con más o menos intensidad. Repaso balcones y ventanas y busco en la memoria la misma imagen del julio del año pasado. Tengo la sensación que este verano todavía no ha empezado. No faltan muchos vecinos. Pocos se han ido de vacaciones. Hago un recuento: está la chica que trabaja delante del ordenador y que hemos coincidido en la distancia muchas veces este año. La mujer que sale a mirar sus plantas cada mañana, el hombre que fuma a primera hora en un balconcito tuneado con césped artificial. La cuidadora de una señora mayor que siempre tiende la ropa. Solo falta el chico que vivía en un ático, las persianas están bajadas desde hace semanas.
Todo parece en pausa, como si el verano tuviera que llegar, como si todo el mundo en el barrio estuviera esperando no se sabe muy bien qué. Quizá mejores tiempos, quizá un verano que quedará pendiente. Algunos hoteles de mi calle han abierto tímidamente, pero no se ve a nadie dentro. El bar que tiene las paredes decoradas con flamencos rosas y donde hacía tiempo que no entraba porque habían limitado el desayuno a pancakes, aguacate y huevos benedict ya no tiene turistas haciendo cola en la puerta. Y un poco más allá, la mítica sala de fiestas Tango sigue cerrada. Siempre me ha fascinado el ambiente de tarde que había todo el año, también en verano, incluso cuando la ciudad se quedaba mas vacía. Esta sala es la demostración más evidente de que se puede vivir una segunda adolescencia más allá de los 65 años. No funciona desde hace meses y su entrada se ha convertido en la casa de unos sintecho. A saber cómo están los que iban ahí a bailar y ligar, no siempre en este orden. Este verano, definitivamente, es más triste y lo veo también en la cara del propietario paquistaní del supermercado que hay en la esquina. Trabaja todos los días del año, pero en verano le va mejor. Ahora ya no me saluda tan efusivamente y veo con preocupación que en el altar a sus dioses que tiene en la tienda le ha añadido más velas. Espero que funcionen. ¡Feliz verano!
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