MIRADOR

La interminable lucha de los egos desleales

Los mil días sufridos en prisión o malvividos en Waterloo no aseguran a ninguno tener más razón en sus disputas

Carles Puigdemont, durante un acto independentista celebrado en Perpinyà el 29 de febrero

Carles Puigdemont, durante un acto independentista celebrado en Perpinyà el 29 de febrero / periodico

Jordi Mercader

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Oriol Junqueras paseó su ego por TV-3 ante la mirada algo nerviosa del director de la cadena y Carles Puigdemont se lo dictó al director de El Punt-Avui. Nadie que estuviera atento al directo permanente de los hechos de octubre de 2017 podría no haberse dado cuenta de que las dos cabezas visibles del independentismo solo soportaban estar juntos por no dejar el liderazgo de la causa en manos del otro. Dos egos muy poderosos para estar en el mismo bando y hallar explicaciones por una derrota que no les salpique. 

Sin embargo, ahí siguen; el uno pasando cuentas por las puñaladas recibidas de su vicepresidente –y del Estado, naturalmente–, en un libro pre electoral, y el otro proclamándose el más independentista del mundo y vacilándole a su presidente de entonces de pasarse por la cárcel antes de criticarle por pragmático. Los mil días sufridos en prisión o malvividos en Waterloo no aseguran a ninguno tener más razón en sus disputas de la que podían tener hace tres años. 

El adjetivo clave en todo este despropósito protagonizado por dos dirigentes que dicen tener una relación cordial es "desleal". La deslealtad se gestó en los largos meses en los que construían a cuatro manos aquella mentira fértil que fue el ‘procés’. La secretaria general de ERC, Marta Rovira, –la preferida de Puigdemont, según parece–, amenazó con recorrer Catalunya para divulgar la deslealtad del ‘president’ por querer convocar elecciones y ahorrarse la declaración de independencia.

Puigdemont señala sin miramientos a Junqueras por su deslealtad reincidente en aquellos meses, aunque él, advertido por Artur Mas, ya desconfiaba de ERC desde un año antes. No hace tanto, el presidente Torra insistió en la deslealtad de los ‘consellers’ republicanos y los republicanos desconfían cada minuto de la instrumentalización electoral que Puigdemont y su corte hacen de la mesa de diálogo. 

El día que Puigdemont Junqueras vuelvan a cruzarse las miradas habrá que ver quien aguanta mejor el rayo fulminante emitido por el otro. Será un instante tan emocionante o tan frio como parece aventurar el presidente de ERC que será cuando se tope con Miquel Iceta. Las dos cosas habrán de suceder, inevitablemente, si el diálogo no desfallece antes de lo previsto. Esta es una opción no deseable pero no descartable.

La negociación con un Estado constitucional tiene sus limitaciones escritas negro sobre blanco con capitulares doradas. No se pueden obviar, no vaya nadie a sentirse luego tan "salvajemente engañado por el Estado" como confiesa Puigdemont haberse sentido tras recibir de Madrid una oferta de diálogo a cambio de no tomar ninguna decisión irreversible. La decisión irreversible solo se escenificó para consumo de los fieles, pero el contenido de la teórica oferta disuasoria nunca se desveló. 

Habría supuesto despejar muy pronto los clásicos malentendidos sobre el diálogo, tan útiles para explotar la fertilidad electoral del supuesto desiderátum de lo que se vende como inevitable e irreversible. 

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