TABLERO CATALÁN

El cuento de la lechera

Quim Torra, en la reunión telemática con Pedro Sánchez y el resto de presidentes autonómicos del 7 de junio

Quim Torra, en la reunión telemática con Pedro Sánchez y el resto de presidentes autonómicos del 7 de junio / periodico

Josep Martí Blanch

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Vivimos en Catalunya atrapados por las consecuencias de gobernarnos con una orla de políticos que piensan y hablan en valores y términos absolutos proyectados al abrigo de un hipotético estado catalán que, caso de desplegarse, sería lo más parecido al cielo en la tierra.

Este modo de razonar y elaborar discursos convierte siempre el presente en un cuento de la lechera. Cualquier problema -por grave que sea- se desvanecería si Catalunya pudiese gobernarse sola. Y eso incluye, por supuestísimo, la lucha contra la covid-19, cuyo saldo en términos de vidas perdidas sería mucho menos dramático -la portavoz del gobierno, Meritxell Budó, así lo ha explicitado en varias ocasiones- en el caso que Catalunya hubiese gestionado la pandemia sin compañía.

Así las cosas se entiende perfectamente el modo pánico por el que ha empezado a deslizarse el Ejecutivo catalán al convertirse Catalunya -con la excepción de Aragón- en el territorio en el que peor se esta comportando el virus tras el levantamiento del estado de alarma, el retorno efectivo de las competencias y el regreso, a trancas y barrancas, a la nueva normalidad -en palabras de Pedro Sánchez- o a la reanudación -en la terminología de Quim Torra-.

La primera ola de la pandemia fue para el presidente catalán una oportunidad de castigar el hígado del Gobierno a través del mecanismo de doblar siempre la apuesta de las medidas que debían tomarse para frenar la covid-19. El mensaje, sin florituras, era fácil de entender: mientras que al Govern sólo le preocupaba la salud, el de Sánchez estaba pendiente de otras cosas y anteponía la economía y los lobbies a los criterios de salud pública.

Sobrerreacción inefectiva

Ese pretendido ventajismo se paga ahora, ya sea en el Segrià, en Barcelona o en el área metropolitana. Independientemente del grado de disconformidad y discrepancia existente dentro del Govern, sobre cómo afrontar los rebrotes, lo cierto es que el ejecutivo de Torra vive prisionero de su modo de encarar la primera ola de la pandemia.

Por eso, en lugar de transmitir un mensaje de calma y centrarse en los elementos positivos -los hay- que proporciona la realidad a fecha de hoy en Catalunya -número de muertes diario, ucis ocupadas, poca gravedad de la mayoría de nuevos casos detectados- pone el acento en los aspectos más tremendistas, dando alas al histerismo y a una sobrerreacción del todo inefectiva -caso de las mascarillas en todas partes independientemente de que pueda mantenerse la distancia de seguridad- y contraproducente -anulación de reservas turísticas, riesgo de colapso definitivo en el comercio local, estocadas de muerte a sectores ya muy precarios, etc-.

Es ahora cuando el Govern está descubriendo la dificultad real de la gestión de una pandemia. Hasta este momento bastaba con ir afirmando «nosotros lo habríamos hecho mejor». Pero observando el malestar -no sólo de una parte de la ciudadanía, también entre los alcaldes en el Segrià, viendo como arrecian las críticas de los responsables políticos de las ciudades metropolitanas que acusan al Govern de incapacidad o contando los sectores económicos que levantan la voz para denunciar la improvisación con la que se actúa-, es cuando queda a la vista el fuste del que está hecho el actual Ejecutivo catalán. Ni tan siquiera ha podido encontrar un sustituto efectivo para la plaza de secretario de salud pública que quedó vacante a finales de mayo y que finalmente se ha visto obligado a ocupar Josep Maria Argimon, compatibilizando el nuevo cargo con el de director gerente del Institut Català de la Salut (ICS) que ya ocupa.

Toma de conciencia

Algún día podrán exigirse responsabilidades políticas a todos los gobiernos por la gestión de la covid-19 (sin ir más lejos los números de España no invitan al ejercicio de narcisismo adolescente con el que actúa el Ejecutivo de Sánchez cada vez que se topa con un espejo). Mientras llega esa fecha, sigue siendo exigible que al menos los gobiernos sean conscientes de la dificultad y complejidad de lo que tienen entre las manos. El Govern llega tarde a esa toma de conciencia. Acostumbrado a razonar en términos absolutos -«la salud es lo único que cuenta», «nosotros lo haríamos mejor»- no anda muy atinado en esta fase de los rebrotes en los que es a él, y no a otro, a quien le toca gestionar una dificultad que va mucho más allá de salvar vidas y echar la culpa a terceros. Una piedra en el camino acabó con el sueño de la lechera. Aquí puede que basten unos rebrotes. 

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