GESTOS QUE HABLAN

Traducir los detalles

Pequeñas acciones como guardarse el pañuelo en la manga de la camisa pueden aportar información a una historia, por lo que hay que darles la importancia que tienen

Traducir los detalles

Traducir los detalles / periodico

Rosa Ribas

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Nunca me cansaré de decir cuánto valoro y admiro el trabajo de los traductores. Son la voz de los escritores en otras lenguas; son lectores agudos, críticos y sensibles porque parte de su trabajo consiste en construir puentes entre las culturas y esta tarea va mucho más allá de las palabras. También hay que saber traducir los gestos y darles la importancia que tienen. Incluso -o sobre todo- a los pequeños. 

Hace unos días quedé para tomar un café con Kirsten Brandt, mi traductora al alemán, y nos acordamos de cómo ella 'salvó' de las tijeras del editor alemán un pasaje de una de mis novelas que él consideraba superfluo y, por lo tanto, prescindible. Se trataba de una escena en la que se describía un gesto que hacía referencia indirecta a algo que, por lo visto, no formaba parte de la realidad cotidiana del editor, un hombre joven. Esto último lo menciono porque es importante, como tantos detalles.

Un pequeño juego

En el pasaje, una mujer madura, que había llorado al conocer la noticia de que su marido había sido secuestrado, abre la puerta a los investigadores. Pero, antes de hacerlo, esconde el pañuelo en la manga de la blusa porque, como sucede a menudo, sus pantalones no tienen bolsillos. El editor, como dije, hombre joven, decía que lo del pañuelo en la manga se podía quitar porque no aportaba información necesaria para la historia. Tampoco le parecía necesario que se supiera que los pantalones carecían de bolsillos. La traductora lo defendió con los mismos argumentos que me habían llevado a mí a ponerlo en el texto. Por un lado, el detalle mostraba cómo iba vestida, no llevaba tejanos, sino pantalones "de vestir" de mujer, lo que, junto con otros elementos de la descripción, ayudaban a dibujar su clase social acomodada. Por otro lado, el gesto de tener que esconder el pañuelo en la manga mostraba uno de esos momentos de incomodidad a los que nos someten las convenciones de la ropa. Hablaba también de que el sentido del decoro impedía a la protagonista de la escena mostrar en público un pañuelo usado, a pesar del momento terrible por el que pasa la protagonista. Un gesto minúsculo, pero que hablaba de ella, como todos nuestros gestos.

Es un gesto femenino, también generacional, algo anticuado, de cuando los pañuelos eran de tela y no de papel y por eso no se tiraban. Es un gesto sin aparente significado para un hombre treintañero, pero que, en cambio, las lectoras reconocen de inmediato. Hago la prueba cuando tengo presentaciones en Alemania. Antes de leer el pasaje, cuento esta historia y les pido a los oyentes que me digan después qué frases creen que habría querido eliminar el editor. En cuanto digo que se trataba de un hombre joven, lo adivinan enseguida. Es un pequeño juego que me permito, algo revanchista, lo reconozco.

Ya había pensado escribir sobre este gesto al ver hace unos meses las imágenes de la entrega de los premios Goya de este año, en el momento en que Benedicta Sánchez, la actriz de 85 años, salió a recoger su premio como mejor actriz revelación por 'O que arde', de Oliver Laxe. Cuando se anuncia se nombre, se levanta emocionada y busca un pañuelo en el bolso. Se toma el tiempo que necesita, no deja que la música o los aplausos o los compañeros le den prisa. Se limpia la nariz y, entonces sí, se dirige al escenario. Al llegar y antes de volverse hacia el público, se da cuenta de que lleva el pañuelo en la mano, palpa el vestido, pero no tiene bolsillos y entonces lo mete, por supuesto, en la manga izquierda de la camisa. Así, con las manos libres, puede por fin alzar los brazos y recibir la ovación.

Si unos pantalones o un vestido llevan o no bolsillos es un tema menor, pero es que nuestra vida diaria está compuesta sobre todo de temas y gestos minúsculos, que, sin embargo, dicen mucho sobre cómo vivimos, cómo somos. El modo en que hacemos el movimiento de llamar por teléfono delata nuestra edad; cómo doblamos el periódico nos dice si acostumbramos a leerlo en casa, con todo el espacio, o en la estrecha barra de un bar; qué asiento del taxi ocupamos puede contar de qué país venimos; si compartimos o no la comida nos puede decir si tenemos o no hermanos y qué posición ocupamos en la línea. Lo que sucede es que, como le pasaba al joven editor alemán, a veces no acertamos a leer los gestos y los consideramos irrelevantes, y entonces nos parece que no aportan nada importante a la historia. Por suerte están ahí los traductores, que no solo leen lo que está escrito sino lo que se ha dicho con ello. Esos buenos traductores que saben ver también los gestos aunque estén hechos de palabras.