Los efectos de la pandemia

Cambios en el panorama cultural

Los receptores de cultura (los espectadores, los asistentes a conciertos, los visitantes de museos...) tenemos la responsabilidad de contribuir a la viabilidad económica de los proyectos culturales

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Anna Gener Surrell

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La extraña situación que estamos viviendo supone una dura prueba para todos. Durante el período de encierro más estricto, muchos de nosotros hemos recurrido a la cultura en busca de consuelo o placer, como lo atestiguan las métricas de descargas de música, el número de visitas a exposiciones de arte y el mayor acceso a plataformas de contenido cultural. Es en los momentos más difíciles de nuestras vidas cuando instintivamente nos refugiamos en la belleza; la cultura está ejerciendo un papel salvífico. 

A pesar de habernos conectado de un modo muy intenso con las diferentes formas que adopta la cultura, gran parte de los creadores se encuentran, a día de hoy, en una situación económica extremadamente delicada, y en muchos casos, insostenible. La pandemia ha evidenciado que la cultura necesita un nuevo modelo de gestión, así como nuevos proveedores de dinero para proyectos culturales. 

Hacia un cambio de modelo

El modelo basado en congregar un gran número personas en una sala de conciertos, en un teatro o en un museo, ha quedado absolutamente dinamitado. Incluso una vez tengamos controlada la crisis sanitaria, tenderemos a evitar las aglomeraciones. No podemos, pues, basar el modelo en un incremento de la audiencia presencial. Tampoco parece admisible aumentar el precio de las entradas.

Internet es la solución a esta encrucijada, a pesar de habernos acostumbrado durante años a acceder gratuitamente a los contenidos culturales, como si los creadores y artistas no fueran merecedores de un retorno económico. 

Es necesario explorar nuevas fórmulas que permitan a la cultura llegar a más gente y conquistar mayor diversidad de perfiles. La Ópera Metropolitana de Nueva York ha dado un paso en la senda adecuada, con el anuncio de una serie de conciertos que retransmitirá en directo, vía internet. Las sesiones, de gran calidad musical, se grabarán en lugares singulares de diversas ciudades del mundo, entre ellas Barcelona, Nueva York y Berlín. El concierto de Barcelona se celebrará en el Hospital de Sant Pau, por el que las cámaras se moverán libremente, capturando al detalle sus elementos arquitectónicos. Será una experiencia única; cuento los días. 

Por supuesto, el acceso no será gratis; cada entrada costará 20 dólares y permitirá ver el concierto hasta doce días después de su celebración. Parece claro que el cambio de modelo requiere una sólida aportación de valor por parte de los emisores de cultura y un justo ejercicio de responsabilidad por parte de los receptores. Se trata de cobrar y pagar por la cultura, también cuando accedemos a ella a través de Internet. 

Nuevos proveedores de dinero

Al nuevo modelo, también debemos dotarlo de nuevos financiadores, pues las fuentes de liquidez actuales están resultando claramente insuficientes. El dinero público que se destina a cultura es escaso, y las diferentes administraciones no actúan de manera coordinada. Los heroicos mecenas de nuestro país están en situación de maltrato si los comparamos con sus homólogos europeos. Y los pequeños y medianos empresarios culturales, normalmente son los propios artistas o creadores, y no suelen financiar los proyectos de terceros. En definitiva, la estructura de finaciación es débil y no alcanza a cubrir las necesidades actuales del mundo cultural. 

Tenemos que encontrar otras fuentes; más globales y más sofisticadas. Y aunque para muchos pueda resultar un anatema, deberíamos empezar a pensar seriamente en conectar nuestro ecosistema cultural con el mundo de la inversión; grupos altamente profesionalizados dispuestos a invertir en proyectos culturales rentables, con la legítima voluntad de obtener un rendimiento económico a cambio. 

El cambio de modelo pasa por algo tan básico como otorgar el valor económico adecuado a la aportación creativa y artística. También pasa por explorar otras vías de financiación, más allá de las habituales. 

La clave está en asumir que los receptores de cultura (los espectadores, los asistentes a conciertos, los visitantes de museos, etc) tenemos la responsabilidad de contribuir a la viabilidad económica de los proyectos culturales de los que disfrutamos. Y este cambio de paradigma sólo se producirá si nuestra sociedad es capaz de colocar la cultura en el lugar de honor que merece.

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