Las estrategias sanitarias

La cacería del virus

El papel de los rastreadores de contactos de casos de contagios de coronavirus debe ser mucho más relevante si queremos acotar la propagación de la epidemia

Un trabajador social atendiendo a pacientes en L'Hospitalet

Un trabajador social atendiendo a pacientes en L'Hospitalet / periodico

Carol Álvarez

Carol Álvarez

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La lucha contra el virus que ha puesto en jaque a la humanidad tras desatar una pandemia es lo más parecido a la cacería de un animal tan peligroso como escurridizo. Nos ha hecho correr, casi literalmente, para secuenciar el genoma del coronavirus, para buscar una cura, una vacuna, un freno a su expansión. Queremos acorralar a esta bestia como lo hicimos en el pasado con tantas otras bestias y amenazas globales que nos han enfrentado a situaciones de excepcionalidad. Y como en toda caza, el rastreo es un elemento capital. Que Cataluña cuente solo con 120 rastreadores es muy difícil de justificar desde el sentido común, pese a que el director de la nueva Unidad de Seguimiento del covid en Catalunya, el epidemiólogo Jacobo Mendioroz, cree suficiente el despliegue. El rastreador debe seguir la pista de los contagios registrados para delimitar la posible propagación y contener los brotes,  una tarea con tintes titánicos si a los datos nos ceñimos: con 7,6 millones de personas y la expectativa de nuevas olas de contagios, los ruegos de Ada Colau en demanda de más efectivos deberían ser atendidos con urgencia. Las quejas del Fòrum Català d’Atenció Primària, que denuncia la falta de interacción entre los ambulatorios y los informadores que tienen asignadas las pesquisas de seguimiento de los casos, aún disparan más alertas ante la estrategia marcada en Cataluña.

Es otra realidad, pero la experiencia internacional ante un mismo tipo de crisis debería hacernos reflexionar: en Islandia, con apenas 360.000 habitantes, pusieron en marcha un equipo de 52 rastreadores en cuanto saltaron las alarmas de los riesgos de epidemia en su país. Estamos hablando del mes de marzo. Y ya en febrero, la policía islandesa puso en marcha los primeros operativos para utilizar sus rutinas de trabajo para acotar los focos de posibles contagios.  Ha logrado, junto con las pruebas diagnósticas masivas, frenar el avance de un virus que solo se ha llevado la vida de diez personas en el país.

Confiar en que los confinamientos blandos de barrios enteros van a contener el virus en pleno verano es traspasar por enésima vez a la población una responsabilidad que deben ejercer los poderes públicos.