IDEAS

Nuestro cine cerró

Réquiem por Méliès Cinemes, la sala de reestrenos de la adolescencia y el descubrimiento, que dice adiós después de 24 años

Sala de proyecciones del Méliès el día de su reapertura, en enero del 2012.

Sala de proyecciones del Méliès el día de su reapertura, en enero del 2012. / periodico

Miqui Otero

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A los 14 años no tenía internet. Tampoco un tío cinéfilo. Lo que yo tenía a esa edad era un cine. Mi cine. El cine Méliès, a tres calles de casa. Había en el Méliès esa vocación de mejorar adolescencias y perfilar personas más plenas. Como un buen maestro de escuela, veía pasar generaciones de larvas humanas con acné y ambición, que no habían visto nada y lo querían vivir todo. Habrá quien diga que su programación era repetitiva, pero quien diga eso es idiota: nadie se baña dos veces en el mismo río ni ve dos veces la misma peli.

El Méliès programaba una y otra vez los créditos de 'La pantera rosa', dejaba siempre la huella de Mankiewicz, cada verano y otoño e invierno, los cuentos de Rohmer. Con una inteligencia no resabiada y una generosidad humilde. El mismo tío cinéfilo para cada adolescente que entraba con su primera novia a ver 'Ariane' de Wilder. Todos los adolescentes se parecen y todos deben canjear su privilegio: vivir las cosas por primera vez, sin haber acumulado aún jurisprudencia injusta. El Méliès, con sus precios, democratizaba ese derecho.

Es complicado entenderlo ahora, cuando en un grupo de amigos cada uno está en una fase de confinamiento, por la primera o la tercera temporada, y todo se puede ver y al final da pereza. Pero al Méliès se iba con los ojos cerrados, para abrirlos. Podías comprar tres entradas y pasar la tarde con la cabeza apoyada en la pared azul, las palomitas de casa y los ojos como platillos de café. Tomar un cortado entre la primera y la segunda peli y un quinto entre la segunda y la tercera. Y descubrir que la vida puede ser bonita y buena y barata.

Desmarque adolescente

Ahora ese cine acaba de cerrar. Con el cine Urgell chapó la infancia, la maravilla del estreno y las colas largas y la sala enorme. Con el Méliès, el desmarque adolescente, la fuga a otra época, el acurrucarte en la sala pequeña. Creerte listo mirando la pantalla y que esa pantalla te mire a ti y piense: eres como tantos otros, pero es bueno que te sientas único.

Cantaba Astrud de su bar algo parecido a lo que podemos teclear aquí para despedirnos: "Nuestro cine cerró, y nos da tanta rabia, que parece nostalgia".