IDEAS

Cara de Buster Keaton

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Josep Maria Pou

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Me empeño de nuevo con el tema mascarilla, que se ha convertido en el pan de todas las salsas. No hay telediario, periódico o tertuliaque no eleve a portadala dichosa palabra.Es como aquello del “calumnia, que algo queda”, reconvertido ahora en “insiste, que algo cala”. Afortunadamente, me digo. Porque resulta que sí, que la insistencia funciona.

He sido testigo de como, en la cola de la farmacia, un hombre de mediana edad se interesaba por una caja de 100. ¡100 mascarillas! ¿Un exagerado? ¿Un hipocondríaco? No. Un pragmático. A una por día -suponiendo que sean para su exclusivo uso personal-, la caja le aprovisiona para tres meses largos con propina. Alguno de ustedes, escéptico, podría ahora decir como Don Juan: “¡Cuán largo me lo fiáis!”, y sería en vano. Si algo parece claro es que en cuestión de mascarillas no valen el corto ni el medio plazo ,porque han llegado para quedarse. ¿Hasta cuándo? Los más optimistas hablan del próximo invierno; los pesimistas (no es justo llamarles así, dejémoslo en “menos optimistas”), suman los meses y cuentan por años.

Obligados, pues, a convivir con ellas, será razonable encontrarles lo bueno y lo malo. Empiezo por lo malo y digo que no me gusta que nos borre la expresión de la cara, que nos unifique el rostro y nos convierta a todos en Buster Keaton. Las dos máscaras capitales de mi oficio, las de la tragedia y la comedia, se diferencian sobre todo por el rictus, por esa leve contracción de la comisura de los labios que los lleva hacia arriba o hacia abajo, según el talante. Sin ese mínimo gesto, andamos, de entrada,  perdidos frente al prójimo: ¿cual será su humor esta mañana, de perros o de campanillas?  Con el tapabocas puesto hay que fiarlo todo a los ojos, al valor de la mirada. Y esa es, a mi juicio, la mejor parte. Los ojos no engañan.

Cuando se me planta delante alguien sin mascarilla me parece oir la voz del poeta: “Ojos claros, serenos,/ si de un dulce mirar sois alabados,/ ¿por qué, si me miráis, miráis airados?”. Y es entonces cuando, levantadas las cejas, desmesurados los ojos, respondo, fulminante, con la mirada:“Por egoísta. Por insensato. Por imprudente. ¡Y por gilipollas!”.