barraca y tangana

La discusión

Los partidos los vemos enteros cuatro pringaos a día de hoy. Entre ellos Mariano Rajoy y un servidor

Cesc Fàbregas, en una rueda de prensa con el Mónaco.

Cesc Fàbregas, en una rueda de prensa con el Mónaco. / periodico

Enrique Ballester

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Hay gente que no tiene pueblo, pero no hay que ensañarse con ellos: es una desgracia cualquiera como no tener ni puta idea de fútbol, hablar demasiado alto o nacer con los pies planos. En mi pueblo, que se llama Rodenas, la comisión de fiestas prepara de vez en cuando camisetas conmemorativas. Siempre aparece algún forastero, algún novio de alguien o algún amigacho de otros que quiere quedar bien y lo ves apoyado en la barra del bar comprando con febril entusiasmo y al por mayor.

Empieza por la camiseta y termina con el kit completo, que incluye sombrero de paja, llavero, macuto y, aunque ni siquiera fume, catorce mecheros. Al forastero hay que quererlo porque quiere sentirse integrado y en realidad consigue el efecto contrario. En realidad lo único que consigue es que los demás lo miremos, neguemos con la cabeza y preguntemos quién es ese que no es de nuestro pueblo que lleva puesta una camiseta de nuestro pueblo.

Al que es de verdad del pueblo lo distingues porque lleva una camiseta de las fiestas de 1992. Llevar algún tipo de identificación es útil para que te reconozcan si se monta pelea mientras atruena la discomóvil, y que no te peguen los de tu propio pueblo supuestamente por error. Yo de las peleas nunca me entero porque a esas horas suelo estar absorbido por lo futbolístico, concentrado en la discusión. Es lo que más echaré de menos este año porque han cancelado las fiestas por el coronavirus y deberían también ponerlo en el próximo programa oficial: sábado, tres de la mañana y después del bingo, discusión futbolera con Enrique, Sergio e Iván.

A nadie le importa lo que diga

Lo bonito de discutir de fútbol en estado etílico y de año en año es que nadie se acuerda de lo que opinabas el año anterior. Es tan bonito que acaba el bingo, reanuda la orquesta, acaba la orquesta, empieza la discomóvil, llega la recena, amanece, acaba la discomóvil y ahí sigues tú, medio afónico al sol, defendiendo a Cesc Fàbregas como si en juego estuviera tu honor.

Me gusta opinar de fútbol en mi pueblo porque a nadie le importa lo que diga. Aquí en cambio hay que andarse con ojo, aunque tengo la impresión de que los partidos los vemos enteros cuatro pringaos. Mariano Rajoy, Sergio, Iván y yo, y para de contar, que la gente está a otras cosas, tenga o no tenga pueblo, que los partidos son muy largos y un par de capturas y memes son suficientes para confirmar los prejuicios, que de eso va el fútbol a día de hoy.

Aun así yo apuntaría aquí y ahora que el VAR es el nuevo comunismo, que en la teoría era todo muy bonito pero en la práctica estamos los seres humanos, o me reiría de aquellos tiempos en los que el VAR iba a acabar con la polémica en el fútbol y el coronavirus nos iba a hacer mejores personas, e igual alguien se ofende o me saca un artículo antiguo donde yo opinaba lo contrario. Que no me importa, pero cuidado: una década burlándonos de los que van a comprar el pan con la gorra de Fernando Alonso en Renault y ahora que vuelve a la escudería qué. Ahora qué, que nos creíamos muy listos. El tiempo no se anda con tonterías, pone a cada uno en su sitio y callar suele ser lo mejor: igual el forastero del pueblo acaba siendo de la familia o algo peor.