La lucha parapolicial contra ETA

Billy el Niño y el cuarto más oscuro de la Transición

Disponer de una biografía detallada de este policía permitiría comprender mejor cómo los Gobiernos del posfranquismo recurrieron a policías curtidos en la dictadura para afrontar el importante terrorismo de la época

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Xavier Casals

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El inspector Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, es hoy el policía más famoso del franquismo, aunque continuó su carrera durante la Transición. Dejó su labor policial en 1982 con cinco medallas que aumentaron su pensión el 50%. Luego trabajó en el sector privado y su vida discurrió discreta hasta que recientemente ganaron notoriedad las denuncias que hicieron las víctimas de sus torturas en los interrogatorios. Estas presentaron 18 querellas contra él y otros agentes, pero en su caso ya no tendrán recorrido porque falleció en mayo por el covid-19. Previamente, el 11 de febrero, el Congreso acordó desclasificar su expediente de concesión de medallas. Y el 11 de junio instó al Gobierno a retirárselas, aunque el PP se abstuvo y Vox se opuso. Y aquí parece concluir el protagonismo póstumo del policía, cuando su biografía podría ser de gran interés para conocer nuestro pasado reciente. Veámoslo.

González fue agente del comisario Roberto Conesa, que resolvió el 11 de febrero el doble secuestro de Antonio Mª Oriol y del general Emilio Villaescusa que realizó el Grapo en enero de 1977. Recientemente el diario 'El País' explicó que fue decisivo en aquel éxito que el policía sedujera a una militante del Grapo. El episodio dio fama al comisario y notoriedad a González. Pero poco antes del mismo este agente apareció de refilón en las extrañas circunstancias que rodearon la matanza de Atocha. Esta sucedió la noche del 24 de enero, cuando un comando ultraderechista asesinó en su bufete a cinco abogados laboralistas. Javier Sauquillo, uno de ellos, explicó poco antes del crimen que González pasó por el despacho y les amenazó de muerte a él y a Dolores González, herida de gravedad en el atentado. Y, al parecer, el agente no lo hizo solo una vez, explica Javier Padilla (A finales de enero, 2019). Luego hubo divergencias entre las declaraciones de detenidos por la matanza y las de González y otro policía, pero los primeros las rectificaron. Ya en 1990 el difunto neofascista Stefano delle Chiaie afirmó sin pruebas que la masacre “fue instigada” por González. Hoy nada implica al agente en el crimen, pero ignoramos aún porque amenazó a los letrados.

Por otra parte, el año pasado la viuda del mercenario anti-ETA Jean Pierre Cherid, Teresa Rilo, publicó su biografía ('Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado'). En ella narra cómo este integró el Batallón Vasco Español [BVE] y los Grupos Antiterroristas de Liberación [GAL] y murió al explotarle una bomba en 1984. Lo interesante en el tema que nos ocupa es que, según Rilo, González fue el jefe de su marido en el BVE y ambos trabaron una relación de amistad. Cuando Cherid falleció, el expolicía ayudó a Rilo a organizar una administración de lotería para subsistir, aunque luego esta juzgó que lo hizo para controlarla y evitar que hablase de las actividades de su esposo. No podemos contrastar su testimonio, pero es interesante recordar que habría sido un comando que integró Cherid el que acribilló a tiros a Joaquín Alfonso Etxebarria (presidente de un comité de apoyo a presos de ETA) y a su esposa Esperanza Arana en Caracas el 14 de noviembre de 1980. Entonces un dirigente de Herri Batasuna, Txomin Ziluaga, afirmó que cuando González fue a declarar por los secuestros de Oriol y Villaescusa estaba destinado en Caracas, en la embajada española, y vinculó a la policía de la legación con el doble homicidio. Ignoramos la certeza de tales informaciones, pero si hubo una implicación de González en la lucha parapolicial contra ETA como la que cuenta Rilo, esta debería investigarse para conocer sus implicaciones.

Llegados aquí, disponer de una biografía detallada de este policía posiblemente permitiría comprender mejor cómo los Gobiernos del posfranquismo se vieron obligados a recurrir a policías curtidos en la dictadura para afrontar el importante terrorismo de la época. Su impacto, señala la historiadora Sophie Baby, forzó a “la joven democracia […] a infringir de inmediato los principios fundadores del nuevo régimen y hasta a legitimar de nuevo el empleo de la violencia ilícita por el Estado, en nombre de la salvación de la democracia”. La trayectoria de González parece ilustrar este proceso y sus sombras, pero la atención pública se ha centrado en sus torturas y recompensas. Cabe pensar que se perderá así una oportunidad para abrir el “cuarto más oscuro” de la Transición: el de la seguridad del Estado. Y es una lástima porque dejará preguntas sin respuesta.

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