Iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona

Bonos para ampliar la demanda cultural

El mensaje es simple: multiplicar la capacidad de compra de contenidos culturales sin recurrir a la gratuidad o al descuento como argumento ideológico

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Xavier Marcé

Xavier Marcé

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La crisis de la covid-19 tiene muchas lecturas. Se trata, evidentemente de una crisis sanitaria, pero también es un punto de inflexión sobre el papel de la humanidad en el planeta, un estadio más en la consolidación de ese proceso al que denominamos tránsito digital y una vuelta de tuerca en la evolución del capitalismo 'poscaída del muro'. Como señala acertadamente Genís Roca, la covid-19 es la bienvenida plena al siglo XXI. Para lo bueno y también para lo malo.

En este proceso complejo de transformación social y económica cabe preguntarse qué papel juega la cultura, y debemos hacerlo en una doble perspectiva que, a mi juicio, no solo es complementaria sino concurrente.

La cultura tiene en este momento un papel neofundacional. Si los artistas y los intelectuales logran deshacer los enormes lazos de organicidad política y de dependencia económica de las Administraciones Públicas que se han generado en los últimos años, su papel en el debate futuro y su capacidad de incidencia en la construcción de las nuevas realidades será fundamental. Es difícil aventurar si se dará esta conjunción de factores, pero pocas veces en la historia la cultura tuvo delante una oportunidad tan relevante para incidir en la sociedad de manera evidente.

Sin embargo, este potencial de aportación reflexiva y de construcción simbólica no se realiza sobre una sociedad desprovista de empoderamiento educativo y capacidad organizativa. Al contrario, se sustenta en entornos sociales que en mayor o menor medida se reconocen sobre reglas democráticas y sobre las coberturas sociales propias del Estado el bienestar.

Esta doble circunstancia supone la necesidad de compatibilizar con sus ventajas y contradicciones el papel intrínsecamente reflexivo y crítico de la cultura con programas de accesibilidad y promoción del consumo cultural. No es una cuestión de oportunidad, no es un requerimiento de mercado o una respuesta obligada ante la necesaria creación de un marco laboral para los profesionales del arte y la especulación cultural, sino un diálogo estructural para nuestra sociedad y para su desarrollo socioeconómico.

Incentivos eficientes

Por eso el Ayuntamiento de Barcelona pone en marcha una propuesta tan inédita como evidente: los bonos culturales. Es inédita, aunque no novedosa, porque hay precedentes en el País Vasco, en la medida que le plantea al sector cultural barcelonés un reto para la autorrecuperación comercial; y es evidente porque el sector cultural solo tiene sentido si es querido, apreciado y en última instancia consumido por capas amplias de la población.

El mensaje es simple: multiplicar la capacidad de compra de contenidos culturales sin recurrir a la gratuidad o al descuento como argumento ideológico. Gastas 30, te añadimos 10.    

En plena crisis se han lanzado multitud de mensajes dirigidos al sector cultural. Con mayor o menor acierto se ha intentado conseguir un encaje, ciertamente complejo, de asociaciones, empresas y trabajadores con los criterios generales de cobertura laboral y acceso a financiación. Se han garantizado subvenciones y se ha permitido adecuar los proyectos culturales previstos a los condicionantes de acceso y aforo que poco a poco se han ido definiendo en los marcos normativos de obligado cumplimiento. Pero no se había lanzado ningún mensaje inequívocamente dirigido al ciudadano apelando a su imprescindible compromiso con el sector cultural.

Normalizar el consumo cultural, aceptando de manera natural que se autorregula en términos de calidad y cantidad, sin más restricciones que las que derivan de la habilidad o la incapacidad de cada emisor para convencer a los públicos potenciales del interés de sus propuestas es un deber público que, incomprensiblemente, todavía es objeto de debate en no pocos foros.  

Los bonos culturales obligarán a todos aquellos que defienden a capa y espada el legítimo derecho a promover un amplio y desarrollado mercado cultural a afrontar el reto de fidelizar a sus públicos. De eso se trata, de equilibrar las tradicionales políticas de soporte a la oferta con incentivos eficientes de promoción de la demanda.