IDEAS

Contra la patrulla canina

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Miqui Otero

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“¡En marcha!”, me ha ordenado muy autoritariamente mi hijo, mientras se subía al carrito y esperaba a que yo le recogiera el Buzzlight Year del suelo y me zampara el tercer tramo del plátano que él acababa de descartar por chuschurrío. Temía este momento. Sabía que llegaría. Mientras en otras plazas se debatía sobre las películas que desaparecían en Netflix o las memorias de Woody Allen, yo me topaba de frente con las consecuencias de una cuarentena con el retoño enganchado a una serie malévola: 'La patrulla canina'.

Resumo, para quien tenga el gusto de desconocerla: un niño megalómano de 10 años ha adiestrado a una manada de supercachorritos. Estamos ante una distopía aterradora, ya que el Ayuntamiento de Bahía Aventura, el lugar donde viven, ha externalizado y privatizado la seguridad de la población para ponerla en manos de un chaval con gomina que se pasea por ella en un quad y hablando por un manos libres.

Me he topado de frente con las consecuencias de una cuarentena con el retoño enganchado a una serie malévola

Jamás había imaginado para mi vástago que su referente fuera un perro policía, pero ese, Chase, es su personaje favorito. No ayuda que el bombero tenga un nombre tan marcial (Marshall) ni que el de la excavadora sea un despistado (y se llame Rubble, escombros). Skye, un cocker spaniel que siempre viste de rosa, era la única perrita en la primera temporada, algo que quisieron enmendar a partir de la segunda con esporádicas apariciones de Everest, una husky dicharachera. Su amo, el emprendedor precoz, se llama Ryder, un nombre que suena casi irónico, teniendo en cuenta el término que las empresas de economía colaborativa (impulsadas por otro tipo de jóvenes emprendedores) usan para sus trabajadores.

No estoy solo en esta lucha. Abundan los artículos de padres y madres columnistas que advierten de los personajes estereotipados (realmente Peppa Pig es Bergman a su lado: recomiendo su capítulo sobre los celos, arte y ensayo), la presencia femenina o la educación en la obediencia castrense. En el último, Begoña Gómez incluso explicaba que en EEUU (al calor de las protestas por la brutalidad policial) se recogían firmas para retirarle la placa a Chase. 

Estas semanas de pandemia, y aunque muchos hemos logrado volver a deslizar a David el Gnomo y a Dartacán vía Filmin, la serie se ha visto como nunca. Y los padres, mientras tecleábamos, buscábamos la oreja izquierda de Mr Potato y comíamos Danoninos de ayer, podíamos fiscalizar qué nos parecía. Pero a veces las causas colectivas se abandonan para ir tirando en el día a día. En un giro metaliterario, confesaré que esta columna se ha escrito mientras mi retoño veía un capítulo. En cinco segundos voy a escuchar, con tono imperativo: “¡En marcha, guau!”. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Exacto: disculpen, tengo otra misión.