Las lecciones de la pandemia

El año del cerdo

Más nos vale aprender de esta situación que ha creado el covid-19, con todas sus consecuencias

Ilustración para el artículo 'El año del cerdo'

Ilustración para el artículo 'El año del cerdo' / periodico

Charo Izquierdo

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He tenido que buscar en internet qué animal regía este año el horóscopo chino…, y no, no es el cerdo, es un poquito peor, es la rata. Pero yo me quedo con el cerdo. ¿Que por qué? Pues porque dicen que del cerdo se aprovecha todo. Y me gustaría pensar que de este 2020 vamos a aprovechar todo.

Tengo una amiga que insiste en que tenemos que aprender de lo que nos ha pasado y está pasando. Y otro amigo que nos pregunta si pensamos que de esta vamos a salir como si estuviéramos en la casa de la pradera… Y no, yo creo que ni una cosa ni la otra. Pienso que en efecto más nos vale aprender de esta situación que ha creado el covid-19, con todas sus consecuencias. Y no, no creo que volvamos a la casa de la pradera, ni falta que nos hace porque la ingenuidad está genial, pero hasta una cierta edad y no para cualquier situación. Ahora bien, lo que ha ocurrido no vamos a olvidarlo. Y más nos vale que así sea, porque si cerramos los ojos, pensamos y trasladamos a un papel muchas de sus enseñanzas, seguro que encontraremos unas cuantas que nos acompañarán 'per secula'. Recuerdo que, en los primeros días del estado de alarma que nos llevó al confinamiento, recibí un mensaje que decía que dentro de unos años les contaríamos a nuestros hijos o a nuestros nietos “anda, que te daba yo una cuarentena como la que vivimos en el 2020”.

Un aviso del universo

Y no, yo procuraré no decirlo. Porque no hay que desearle mal a nadie, ni irónicamente, que el karma es muy letal y persistente. Pero sí hay que ver dónde estábamos y cómo salimos. Y recuerdo también que al comienzo de los efectos de la pandemia pensé que este era un aviso que daba el universo a los seres humanos. Utilicé la misma metáfora que cuando decimos que el cuerpo nos ha avisado tras llevar un tiempo desbocados y cogemos una enfermedad que nos para. Pues así. El universo nos ha puesto contra las cuerdas y nos ha dejado KO en el primer asalto. Nos ha lanzado a la escucha de nosotros mismos, que tan poco nos escuchamos y hablamos. No nos ha dicho que aprendiéramos yoga, ni a hacer pan, ni que participásemos en mil 'webinars'. Tampoco que nos convirtiéramos en fanáticos de Teams, Zoom y demás plataformas que nos han habilitado el contacto con los demás y nos han facilitado el trabajo. Nos ha obligado a mirarnos al espejo unayotravezunayotravez y nos ha dicho “manifiéstate”.

Así, quien más quien menos ha valorado más a sus seres queridos y ha sufrido el dolor de las ausencias. Quien más quien menos ha vivido la muerte ajena. Y ha sabido lo que es dejar que se fueran <strong>sin la oportunidad de despedirse</strong>. Hemos conocido el miedo, sobre todo en esos momentos en los que parecíamos protagonistas de una película de terror. Hemos sentido la desesperación de comprobar el dolor ajeno para el que no hay pastillas, también el propio en las carnes de quienes más han sufrido. Muchos han trabajado con la enfermedad y los enfermos para sanarlos. Muchos han convivido con la enfermedad, con el horror al vacío que produce la nada cuando se acerca al cuerpo, y han salido de ese agujero casi negro para descubrir que cada día que vivimos es un regalo. Lo es. Hemos entendido de una vez por todas que también puede pasarnos a nosotros, que no somos inmunes a las desgracias que no siempre están a miles de kilómetros de distancia y se ensañan con esos los otros. Hemos descubierto a nuestros vecinos y entendido que la solidaridad a veces se esconde en los pequeños gestos, tal vez simbólicos, pero no por ello menos eficaces. Nos hemos movilizado por los otros. Hemos sufrido crisis laborales, ceses, ertes, paros, quiebras. Hemos descubierto que podíamos teletrabajar y estábamos más preparados de lo que nos creíamos. Y que no sentaba tan mal eso de estar en casa y no pisar un bar. Y a convivir con nuestros hijos. También hemos sufrido la convivencia. De hecho, uno de los horrores ha sido el de esas mujeres que han cohabitado con sus maltratadores (las llamadas al 016 para pedir ayuda contra la violencia machista aumentaron un 60% en el confinamiento).

Así que no, no volveremos a la casa de la pradera. Pero tampoco a ser los de antes. Nunca somos los mismos. Y si dicen que digitalmente hemos dado un salto que en circunstancias normales solo habríamos dado en cinco años, este confinamiento tiene que haber servido al menos para romper la brecha con nosotros mismos, convertidos en puercos de los que se aprovecha todo. Aprovechemos. Y sobre todo no digamos que el 2020 debería desaparecer del mapa. Puede haber sido más útil de lo que pensábamos.