Un periodo de excepción

Examen final al confinamiento

Los rostros visibles de la crisis han sido mayoritariamente maduros y masculinos. Ni estábamos preparados para ello ni sabemos exactamente qué consecuencias tendrá a medio y largo plazo

ilustracion artículo opinion Arroyo Andolz

ilustracion artículo opinion Arroyo Andolz / periodico

Sonia Andolz / Liliana Arroyo

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Un adolescente de Washington ha creado dos webs que han dado la vuelta al mundo. Avi Schiffman creó un contador para monitorear las cifras oficiales de los contagios cuando el covid-19 era todavía un eco lejano que venía de Wuhan. Con 17 años ha creado un instrumento útil para muchos epidemiólogos y nada que envidiar al tablero de la Johns Hopkins University. La segunda permite mapear las protestas y acciones en apoyo al movimiento #BlackLivesMatter dentro y fuera de Estados Unidos. Es otro ejemplo de activismo y compromiso que se abre paso a pesar del adultocentrismo que los encasilla tras la pantalla del móvil. Ya que no les hemos dado voz, veamos qué ejemplo les hemos servido. 

El 11 de marzo de 2020, y ante su rápida propagación, el coronavirus se convierte, oficialmente, en pandemial La Organización Mundial de la Salud lo comunica a los estados del mundo y las distintas reacciones y medidas se suceden en cascada. Muchos países optan por seguir las recomendaciones de la OMS, adaptándolas a sus contextos mientras que otros, en su mayoría con líderes populistas, menoscaban su nivel de peligrosidad y no toman medidas de urgencia. Precisamente, algunos de estos son los que cuentan con mayor número de muertos hasta la fecha. Brasil, EEUU o Reino Unido ahondan en las narrativas nacionalistas defendiendo que el virus no es tan virulento y que el efecto en sus países no será tan letal. En muchos estados, la gestión de la pandemia será un ejercicio de examen al Gobierno: nadie estaba preparado ni tenía experiencia, pero las poblaciones –con mayor fuerza las democráticas– tomarán nota de las medidas aplicadas y los discursos hechos durante la crisis. Algunos se han acercado más al belicismo que a los esperados en un estado de paz.

Recentralización de competencias

Dos días después del anuncio, España decreta el estado de alarma. La epidemiología se apodera de la gestión de la crisis, justificando la recentralización de competencias. Pasamos de ser personas a vectores de contagio, llevándonos a un confinamiento estricto, cerrando escuelas y cesando las actividades “no esenciales”. Asistimos a un experimento de digitalización acelerada que discrimina entre quién puede montar la oficina en casa y quién tiene un trabajo presencial. La relación entre nivel de ingresos y posibilidad de teletrabajar es directamente proporcional.  El derecho a confinarse esquiva también a las personas vulnerables e invisibles para el sistema, las que trabajan sin contrato y sin pandemia tampoco llegan a fin de mes. Pero tomad nota: producir y consumir es lo único que te permite salir de casa.  

Se evidencia el efecto neutralizador de la educación, pues muchas familias no tienen dispositivos suficientes para que sus miembros sigan su actividad de forma regular y oenegés activan campañas de donación de equipos. Jornadas interminables entre intensidad digital y conciliación familiar, que generalmente suponen una carga descompensada hacia las mujeres. Sin escuela y sin abuelos con los que contar por ser población de riesgo, el modelo mediterráneo de tejido familiar suspende.

Y mientras la familias gestionan el confinamiento como pueden -física, emocional y económicamente-, se habla de 'apps' de rastreo de contactos y otros sistemas de biopolítica, una especie de cortina de humo ante la falta de test disponibles y la dificultad de generar datos fiables. Estas apuestas tecnosolucionistas se inspiran en contextos políticos y culturales radicalmente distintos al nuestro -Singapur, Taiwán o Corea del Sur-. Afortunadamente, la emergencia no parece allanar el terreno a las medidas drásticas y las voces que reclaman la privacidad y los derechos individuales consiguen contener las propuestas. De momento, nos resistimos a elegir entre estar sanos y ser libres. 

Los rostros visibles de la crisis han sido mayoritariamente maduros y masculinos. Ni estábamos preparados para ello ni sabemos exactamente qué consecuencias tendrá a medio y largo plazo. Nos gustaría dar ejemplo analizando bien qué capacidades necesitamos en el futuro próximo para afrontar mejor posibles réplicas. Y si los jóvenes salieron a hacer botellones, en lugar de criminalizar, preguntémosles por qué. Preguntemos cómo les ha afectado el confinamiento. A menudo se les considera “la ciudadanía del mañana”, pero también han vivido esta pandemia ahora y aquí, algo que sin duda marcará su futuro personal y colectivo. Quizás es el momento de revisar el camino andado y plantear qué se podría hacer diferente a partir de ahora.