Ciencia contra el racismo

¿Razas humanas?

Todavía nos preguntamos por la división racial entre negros, blancos y amarillos, y esto le va de perlas a los que fomentan la desigualdad para provecho propio

Ilustración de Monra

Ilustración de Monra / periodico

Jordi Serrallonga

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'El Planeta de los Simios' (1968) recoge dos historias: una dentro de la película y la otra detrás de cámara. Mientras que los orangutanes –de tez clara y pelirrojos– acaparan la política, el culto y la justicia, chimpancés como Zira y Cornelius –de pelo oscuro y rostro pálido– representan a la ciencia; se les presupone, a orangutanes y chimpancés, el don de la inteligencia. Los gorilas –brutos y negros– solo acatan órdenes: son soldados y carceleros. Simios todos, pero separados en razas y roles. Durante el rodaje ocurrió algo parecido; actrices, actores y figurantes no podían quitarse el complejo maquillaje para comer, y lo que al principio empezó como una broma –los técnicos les tiraban plátanos– parece que degeneró. Intérpretes de renombre que, en otro plató hubieran focalizado las miradas y atenciones del equipo, ocultos por la máscara eran, de repente, diferentes... rechazados. Lo curioso es que, con el paso de los días, a la hora del cátering, orangutanes, chimpancés y gorilas también acabaron por distribuirse y charlar en tres mesas separadas. Lo mismo que en la ficción.

La película es un reflejo de la sociedad simia humana en los años 60. La procedencia social y aspecto físico –sobre todo, el color de piel– eran segregados. Había escuelas, autobuses, restaurantes y aseos para blancos o negros; estos últimos, en cambio, sí eran reclutados para luchar en primera línea de una guerra instigada por intereses blancos: Vietnam. Y es que el racismo, aunque ya no sea de forma legislada –como lo acaecido en la Sudáfrica del antes de Mandela, o en algunos estados norteamericanos– <strong>ha continuado hasta nuestros días</strong>.

Los movimientos civiles, medidas sociales y una mejora en la educación han permitido avanzar; pero la lacra persistirá mientras que en el ámbito político y judicial, en las redes sociales o en nuestras calles sigamos hablando, de forma más o menos sutil, de 'raza'. Esta es la raíz del problema que debemos atajar, y censurar filmes, novelas y cómics clásicos no es la solución. Mejor apostar por la ciencia. La ciencia nos regala un mensaje tan sucinto como demoledor: las razas humanas no existen.

El genetista italiano Luigi Luca Cavalli-Sforza, a partir de los 80, revolucionó a la opinión pública con la negación de raza humana. Acabó con las conjeturas racistas basándose en investigaciones científicas; y es que no cabe lugar para el orgullo ni el odio cuando lo que se defiende o ataca no existe. Entonces, ¿por qué todavía nos preguntamos por la división racial entre negros, blancos y amarillos? Pues porque, a diferencia de lo que hacemos con el 'smartphone', seguimos sin actualizarnos a nivel científico; algo falla, y esto le va de perlas a los que fomentan la desigualdad para provecho propio. Nos dejaron anclados en las fichas y láminas de anticuadas enciclopedias: «razas del Mundo». Muchos de estos productos bebían de los anatomistas que, sobre todo a partir del siglo XVIII, separaron al 'Homo sapiens' en diferentes razas perfectamente ordenadas por continentes: caucásicos (blancos), etiópicos (negros), americanos (rojos) y mongoloides (amarillos). El listado se multiplico, en el siglo XIX, hasta llegar a decenas de grupos raciales, incluidos los australoides de Oceanía.

Una pseudociencia favorable al poder

Antropólogos europeos raptaban mujeres y hombres de las selvas tropicales e hielos árticos; midieron sus cráneos y los exhibieron en zoos humanos. Y, claro, a esta pseudociencia con datos falseados sí se le dio visibilidad y credibilidad por parte del poder. La superioridad de Occidente resultaba sancionada por un marco hecho a medida: la raza blanca, la «civilizada», estaba por encima del resto. La visión del otro como inferior. Lo cual sirvió para justificar desde la colonización, pasando por la venta de esclavos como si fueran ganado, hasta los genocidios; sin olvidar la marginación social. Dijimos que eran razas menos hábiles, inteligentes y organizadas; para ello ocultamos las pruebas arqueológicas y antropométricas que probaban lo contrario, e incluso se ridiculizó a los científicos que propusieron que nuestra noble cuna no estaba en Europa sino en África.

Hoy sabemos que todos, sin excepción, descendemos de una misma mujer africana negra –la Eva mitocondrial–, y que las diferencias físicas entre etnias se deben a las adaptaciones evolutivas del 'Homo sapiens' en diversos hábitats naturales: más fríos o cálidos, boscosos o de sabana, etcétera.

«Raza humana» es un mito sin validez científica; el problema es cuando la quimera se apodera de nuestras mentes.

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