opinión
Todo se le escurre a Setién
Albert Guasch
Periodista
Albert Guasch
Quique Setién es como el candidato que hizo campaña con un programa electoral de izquierdas y gobierna con medidas de derechas. Obtenido el puesto, se ha hecho conservador. Ninguna de sus decisiones han perturbado a la clase alta del vestuario, a los que ha mantenido sus privilegios.
Ayer en Balaídos dio curso a un par de gestos hacia el electorado cruyffista, léase Riqui Puig y Ansu Fati, pero no le provocarán desgaste en forma de malas caras en los túneles de los vestuarios. No es lo mismo para la convivencia sentar a Griezmann que a Suárez. No es lo mismo introducir al vitalista Riqui con la media renqueante por lesiones o tarjetas a hacerlo a través de una decisión concienzuda de apartar a Busquets. En estas actitudes Setién se ha revelado como un técnico con un respeto sagrado por las jerarquías, como si fuera un militar de cuna. De nada le ha servido, a la vista del bastonazo que le soltó <strong>Suárez</strong> tras el partido.
Un chasco que se veía venir
Sin un golpe de mesa, sin necesidad de un acto de valentía, de forma natural por las circunstancias, alineó un equipo refrescante que alegró el ojo barcelonista durante la primera parte. Si acaso subrayó al fin la obviedad de que Griezmann ha aportado muy poquito desde que se arrojara a sí mismo confetis, es decir, desde el principio de todo.
El equipo pierde el juego, los puntos, la consistencia... El entrenador, el favor de los primeros espadas del vestuario
Casi puede determinarse que si algún día quiso formar parte de un tridente, no será al lado de Messi y Suárez, sino de Coutinho y Dembélé. El tridente fiasco. El tridente del despilfarro. El tridente al que vender que no encuentra quien lo compre. El caso de Griezmann es el de un chasco que se veía venir, el más previsible de los últimos tiempos.
Las advertencias sobre su difícil ubicación en el equipo quedaron ocultas por el culebrón Neymar del verano pasado. Pero la realidad ha podido con las fantasías dentro del club y cualquier trueque por el francés no provocaría lágrima alguna entre la sociedad azulgrana, más allá del dinero perdido.
La resignación, a falta de foro público en el que protestar, se ha impuesto con la inevitabilidad de la canícula veraniega. Toca sudar en lo que queda de campaña. Gustó lo que se vio hasta el ecuador del encuentro, se entrevé una vía para el futuro, pero bajo la batuta de Setién, como antes con Ernesto Valverde, o puede que peor, el Barça no resiste 90 minutos sin que le venga la tos. Pierde el resuello, se queda con la cara desencajada y todo lo bonito se le afea.
Ahora mismo el Barça desprende similares sensaciones a aquellas desapacibles tardes bajo la dirección del técnico vasco. De hecho, a Setién se le descubre también el rostro agriado en cuanto se le enfoca en primer plano. Ni siquiera el día en que Suárez, aparte de lanzar un fuerte reproche al entrenador, aventó que aún puede ser útil algunos días, el cuadro azulgrana logró retener lo conquistado. Todo se le escurre. El juego, la consistencia, los puntos, la discreción... Todo sigue como antes. Sin saberse si se quiere ser una cosa u otra. Acaso con un incendio más.
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