Crisis sanitaria internacional

El covid-19 en América Latina

A día de hoy la pandemia está generando alarma en todos los sectores si bien las consecuencias son diferentes según la posición que se tenga en la escala social

Cementerio para víctimas del covid-19 en Santiago de Chile.

Cementerio para víctimas del covid-19 en Santiago de Chile. / periodico

Salvador Martí Puig

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El covid-19 en América Latina llegó tarde, pero llegó. Brasil ya es el segundo país con más infectados y muertos del mundo, Perú el sexto, Chile el séptimo y México el 13º, y todos los países de la región siguen escalando puestos.

El impacto fatal de la pandemia era previsible si bien la región tiene a su favor una población más joven que la europea. De todas formas América Latina tiene demasiados pasivos para poder enfrentar un desafío como este. Entre los problemas más acuciantes destacan un Estado débil e ineficiente, un déficit alarmante en infraestructuras de salud y seguridad, y unas economías altamente dependientes del mercado internacional de materias primas y del turismo. Además, durante las últimas décadas, estos elementos se han intensificado debido al impulso de políticas neoliberales que han incrementado la estratificación y la pobreza en una región que ya es la más desigual del planeta.

A día de hoy la pandemia está generando alarma en todos los sectores si bien las consecuencias son diferentes según la posición que se tenga en la escala social. Las clases medias, que dependen de su actividad económica para mantener un nivel de vida holgado, están sufriendo por la incertidumbre de un entorno sin prestaciones y sin servicios públicos de educación ni de salud.

La cuestión clave

Por otro lado, las personas que pertenecen a las clases populares están padeciendo lo indecible debido a la pérdida de sus trabajos, la ausencia de ahorros y la inexistencia de medidas paliativas (como los ertes aquí). De entre estas, las personas que trabajan en el sector informal (que es el 54% a nivel agregado) les es casi imposible cumplir con los rigores del confinamiento, pues su sustento depende de los ingresos que consigan en la calle día a día. Para este colectivo olvidado la gran pregunta es: ¿vale la pena ponerse en cuarentena para preservar una sociedad y una salud pública que no los tiene en cuenta? Posiblemente esta última cuestión es la clave para entender la incapacidad de estos países para atajar los contagios de forma tan rápida como se hizo en Europa y también para explicar el incremento incesante de los contagios en las periferias urbanas.

Pero más allá de lo expuesto, que es común en toda la región, también debe señalarse que la reacción de los gobiernos ha sido diferente según el caso. En un extremo está la posición “negacionista” de Bolsonaro en Brasil y de Ortega en Nicaragua, y en otro los ejecutivos de Costa Rica y Uruguay que se anticiparon al virus. De todas formas, parece que la pandemia no entiende demasiado de ideologías ni de líderes carismáticos, pues el Gobierno derechista de Chile tiene unos resultados (pésimos) semejantes a los del Ejecutivo tecnócrata peruano o al del progresista mexicano.

Al fin y al cabo, con las excepciones de Costa Rica y Uruguay (con mayor infraestructura estatal y poca población) el resto de los países comparten más de 30 años de desinversión en el sector público, una gran desigualdad social, poca confianza interpersonal y el desprestigio de sus autoridades.