EL PESO DEL PASADO
¿Reescribiendo la historia? Colón y Barcelona
Nuestras sociedades se forjan a partir de marcos mentales, por definición heredados, en los que pesan en demasía los prejuicios racistas, sexistas y de todo pelaje
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
El asesinato de George Floyd ha desatado una ola antirracista, inesperada por su intensidad y extensión, tanto en EEUU como en otros países, fundamentalmente europeos. En EEUU, y entre las de otros próceres del sur, se han derribado estatuas de Colón; y lo mismo sucedió en Bristol, 'hub' británico del comercio de humanos, d0nde la del esclavista Edward Colston fue arrojada a las aguas del puerto, mientras en el Oriel College de la Universidad de Oxford se demandaba la retirada de la de Cecil J. Rodes, de infausta memoria en el sur de África. Por su parte, en Amberes, Gante y Ostende fueron atacadas las efigies del rey Leopoldo, el propietario de facto del antiguo Congo belga y responsable allí de terribles tropelías.
Hay quien considera excesivas estas protestas porque la historia, se argumenta, no debería volverse a escribir. No obstante, a poco que se mire atrás, la necesidad de reescribirla es ineludible. Tomen, por ejemplo, Nantes. ¿Tenía razón su ayuntamiento en revisar su pasado como centro comercial esclavista y proponer la construcción del hoy famoso Memorial por la Abolición de la Esclavitud? ¿La tenían aquellos británicos que, a finales del siglo XVIII, boicotearon al azúcar antillano por el uso de esclavos en su producción? Para denunciar esa injusticia crearon el primer pin del que se tenga noticia, en el que se mostraba la sentina de un buque donde la minimización del espacio para los esclavizados iba de la mano de la maximización del beneficio de aquel inhumano comercio. O, mucho más recientemente, en el 2016 en EEUU, ¿fue razonable que la Universidad de Georgetown aceptara reparar a los descendientes de los 272 esclavos africanos vendidos por los jesuitas, en 1838, para recaudar fondos para la institución? En cualquiera de esas situaciones, creo que habría amplio consenso acerca de la necesidad de reinterpretar, y condenar, tan ominoso pasado.
Visión profundamente injusta
En este contexto, la política catalana Jéssica Albiach ha planteado si Barcelona no debería cuestionarse el monumento a Colón. Lógicamente, la oposición a su propuesta ha sido múltiple y, en muchos casos, insustancial. Pero, entre los argumentos contrarios, hay uno que merece considerarse, porque es la última línea de defensa que se alza frente a la revisión del pasado: ¿es razonable reescribirlo con los criterios morales de hoy?
La pregunta parece sensata, pero, guste más o menos, nuestra historia está preñada de horrores que, aunque quizá más tolerados antaño, no por ello eran menos espantosos. La esclavitud es uno de ellos. Pero no el único: minorías raciales, religiosas o ideológicas alejadas de las corrientes dominantes simplemente han desaparecido del relato histórico. Y el ejemplo de las mujeres es paradigmático. Mi jovencísima nieta Laura se escandaliza, y con razón, cada vez que en alguna historia el sustantivo 'hombre' identifica a toda la especie y se pregunta dónde han estado ocultas las mujeres.
Un mundo dominado en el lenguaje, el arte, la política o la ciencia por hombres blancos, todavía hoy muy presente, proyecta una visión profundamente injusta del pasado: de las más de 1.000 pinturas expuestas en el Prado, escasamente 10 están firmadas por mujeres. Pero, además, esta visión es incorrecta: siempre las hubo excepcionales (Aspasia de Mileto tuvo gran influencia en la Atenas de Pericles, al igual que Hipatia en Alejandría) y, entre ellas, grandes pintoras, como la extraordinaria seguidora de Caravaggio Artemisia Gentileschi. El pecado del olvido ha perseguido siempre a toda corriente minoritaria: el rey indio Asóka, imbuido de un animalismo insólito para nuestra moral, construía hospitales para animales antes de nuestra era.
Nuestras sociedades se forjan a partir de marcos mentales, por definición heredados. Y en este legado pesan, todavía en demasía, los prejuicios racistas, sexistas y estereotipos de todo pelaje. Por ello, es imprescindible revisar la historia y poner en valor el sufrimiento de los atropellados. Y, en particular, colocarse en la piel del otro: se hace difícil imaginar un nativo americano que no se sintiera humillado ante la exaltación del general George Armstrong Custer en 'Murieron con las botas puestas' (1941), por más notable que fuera Raoul Walsh, su director.
Reescribir la historia no es echar por la borda nuestro pasado. Es ubicarlo junto a los horrores que lo acompañan. Porque, mal nos pese, la de la humanidad ha sido, en una medida no menor, a diferencia del reduccionismo del 'Manifiesto comunista' (1848) de Karl Marx y Friedrich Engels, la del pillaje, el robo, la extorsión y la violencia.
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