EL ESCENARIO POLÍTICO

Patriotas

a concentración de protesta contra Sánchez en la calle Núñez de Balboa de Madrid.

a concentración de protesta contra Sánchez en la calle Núñez de Balboa de Madrid. / periodico

José Luis Sastre

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Le dieron un nombre para que, en lo peor, tuviéramos al menos un horizonte y le pusieron un nombre publicitario para que imaginásemos ese horizonte sin angustias. De ahí que a la vida de ahora haya un decreto que la llame nueva normalidad cuando podría llamarla de mil otras maneras. Podría llamarla, por poner, la vida anómala. O la vida frágil, que es lo que en verdad es, a la vista del riesgo de los rebrotes y de la expansión del virus en América, donde se propaga a la mayor velocidad. De todas las cosas que cambiarán tras el estado de alarma, ninguna es comparable a esa: la fragilidad, porque cualquier avance que demos será provisional hasta que den con la vacuna.

Luego están las rutinas que no cambian ni con una pandemia, como ese vicio por la bronca tan de la política española, que acompañó la desescalada con un enfrentamiento verbal creciente que, por suerte, no se trasladó a ninguna calle salvo a una, la de Núñez de Balboa en Madrid, origen y fin de la revolución más fugaz de la historia reciente, la que iba a ser solo una broma en comparación con lo que estaba por llegar, según la presidenta de la Comunidad de Madrid. Fue allí donde sacaron las primeras banderas, como si en vez de un país España fuera una ideología, y donde las recogieron al poco. Coincidió que volvió la Liga y se acabó la revuelta.

Ser patriota ha resultado de los retos más complicados. Sobre todo porque solo hay una manera de serlo, que consiste en cuestionar la legitimidad del Gobierno y lucir banderas de España en todas las partes del cuerpo, del cuello a la muñeca. En otras partes no hace falta porque de esas partes brota este tipo de patriotismo, que es el auténtico. Defender la patria, entonces, supone llamar al gobierno izquierdoso y comunista y pedirle que diga la verdad y quejarse de la imagen que está dando de tu país (tu país, con posesivo, porque si el país es tuyo no puede serlo de los demás) mientras vas a Bruselas a denunciar que falta democracia -para felicidad de Carles Puigdemont- y pides allí también, donde reparten el dinero, que te pongan condiciones a cambio de las ayudas porque ya se sabe cómo son los de tu país.

Toda esa estrategia es la estrategia que ha desplegado el PP en Europa, ante la sorpresa de diplomáticos y de funcionarios comunitarios, pero quién podría discutirle a Pablo Casado el pedigrí patriótico si él fue el primero que pidió a los españoles que sacaran las banderas a los balcones. Y ya se sabe que el patriotismo auténtico se mide con banderas, que por algo acude Vox a la plaza de Colón de Madrid, donde José María Aznar plantó la más grande.

Cabe otro patriotismo, que consiste en reprochar al Gobierno sus errores y, pese a ello, tratar de llegar a un entendimiento al menos en lo más urgente, como hacen los sindicatos y la patronal. Esas pequeñas señales, más discretas, construirían un patriotismo distinto que distendería el escenario en este momento de angustia. Sabrá el Gobierno si tiene la capacidad de concitar a su alrededor los mínimos consensos y sabrá el PP si quiere participar en ellos aun a riesgo de que ese tipo de patriotismo no se mida en banderas y a veces, incluso, ni siquiera pueda medirse en votos.