Ideas
La irremediable nada
La vida es corta y para qué la quiero si no es para leer y escribir lo que me da la gana: Borges

Jorge Luis Borges.
Puestos a leer, deberíamos leer más a Borges. No creo que se pueda escribir nada sobre este genio de la literatura que no haya sido escrito o sentido antes por otros miles, pero aún a riesgo de quedarme corta o resultar repetitiva, no puedo negarme el placer de seguir adelante con esta columna, porque la vida es corta y para qué la quiero si no es para leer y escribir lo que me da la gana. Borges. Es su prosa directa y llena de recovecos, iluminada por un existencialismo reposado que parece sonreírse a cada recodo del idioma, acervándose en significantes esquivos e insinuantes: es, dicho mal y pronto, una puñetera maravilla. Y de entre todas sus obras, hoy elijo hablar de su famoso relato 'El Aleph'.
En él, Borges nos lleva de la mano por una historia hecha de nostalgia y sosegado desconcierto, llena de complicidad y detalles, generando una intimidad que resulta demoledora y acogedora al mismo tiempo, de tan honesta y sencilla. Es imposible no reír con sus golpes de ingenio, e irritarse con ese Carlos, aquel hombre repelente que representa a todos los demás hombres repelentes que pululan por el mundo con andares de grandeza y esa petulante media sonrisa del que piensa que sabe más porque habla más alto. Es imposible no seguirle el paso a ese Borges enamorado, en su camino hacia un final que querrías no haber imaginado, ese -parece ser, inevitable- éxito de los mediocres, y lo caprichoso del entendimiento humano.
El Aleph, ese contaminado milagro oculto en el sótano de Carlos y fuente de inspiración para su pomposa pluma, ese punto mágico en el que convergen todas las realidades, vistas desde todos los puntos de vista posibles sin llegar jamás a enredarse entre ellas ni superponerse hasta el punto de la confusión, podría ser interpretado como lo que hoy llamamos “internet”. Y ese mismo desasosiego, esa pérdida repentina de fe y de interés que sufre Borges en el cuento cuando se ve invadido por todo ese conocimiento vacío y descontextualizado, esa humanidad sin latido, es una invitación a repensar el mundo en el que vivimos hoy. Que a veces mucho, es demasiado. Que a veces el todo es, irremediablemente, la nada.
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