Cine con mensaje

El 'caso Dreyfus' y la cultura de la corrupción

'El oficial y el espía', la última película de Roman Polanski, permite reflexionar sobre un fenómeno tan de todos los tiempos y con tantos matices

Roman Polanski da instrucciones a Jean Dujardin durante el rodaje de 'El oficial y el espía'

Roman Polanski da instrucciones a Jean Dujardin durante el rodaje de 'El oficial y el espía' / periodico

Marçal Sintes

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Pude ver durante el confinamiento una de las -muchas- películas que tenía pendientes. Hablo de 'El oficial y el espía', extraña traducción del título -'J'accuse'- de la última obra de Roman Polanski. En el 'caso Dreyfus', que es el asunto que el filme aborda, jugó un papel clave el artículo 'J'accuse', de Émile Zola, publicado en 1898 en defensa del capitán de origen judío Alfred Dreyfus, condenado injustamente en un proceso teñido de antisemitismo. El artículo de Zola marca la historia del periodismo e hizo que se le considere el primer intelectual en el sentido moderno del término.

En el momento del estreno -el año pasado- las críticas, que he leído después, no evitaron señalar el paralelismo que supuestamente Polanski busca establecer entre el 'caso Dreyfus' y su propia situaciónComo se sabe, Polanski, hijo de judíos polacos, es perseguido desde hace muchos años por EEUU por haber violado en 1977 a una niña de 13 años, Samantha Geimer, delito que él reconoció. Algunas otras mujeres lo han acusado también de violación. Las críticas tildaban el director de inmoral y miserable por, decían, intentar blanquear su oscuro expediente. No es este, pero, el prisma que aquí me interesa. Además, la discusión sobre la posible o imposible distinción entre autor y obra nos conduciría demasiado lejos.

'El oficial y el espía' me pareció un filme excelente por varias razones. Y personalmente me empuja a reflexionar sobre el fenómeno de la corrupción, tan actual -tan de todos los tiempos- y con tantos matices. Una de las cosas que la obra ilustra maravillosamente son los mecanismos ambientales de la corrupción. O, dicho de una manera quizá más comprensible, sobre cómo la mirada complaciente de los demás, especialmente de los que sentimos más cerca, puede propiciar la corrupción individual, en el grado que sea. Esto supone abordar una cuestión siempre incómoda: el componente socio-cultural de la corrupción.

En función de la sociedad y la época

Las sociedades, los colectivos, los grupos, condenan con rotundidad algunos comportamientos y toleran, son comprensivos o, incluso, alientan otros. En cada sociedad y en cada época la gama y la cotización de los pecados oscila (la corrupción no es más que socavar la norma moral), aunque es absolutamente cierto que hay límites sin los que resulta inimaginable una sociedad digna o que funcione.

Esta visión es opuesta pero complementaria a la explicación, benevolente con el colectivo, de la manzana podrida. La mirada contextual sitúa la responsabilidad en la sociedad. También, por tanto, en cada uno de nosotros. El filme de Polanski nos habla, pues, de la cesta podrida, es decir, de una sociedad contaminada por el antisemitismo, que rechaza furiosamente cuestionarse la culpabilidad, de traición a la patria en este caso, de un militar de origen judío. Dreyfus acabará siendo exculpado y rehabilitado porque se produce el fenómeno inverso al de la manzana podrida, y surgen algunas personas, como el coronel Picquart -al que Polanski convierte en el protagonista de la historia- o el ya mencionado Zola, lo suficientemente valientes para oponerse a la mayoría asumiendo un alto coste personal. Las manzanas sanas del cesto podrido son aquellas que hacen lo que está bien, lo que es justo, aunque todo las empuje a callar o mirar hacia otro lado.

Es de agradecer, en este sentido, que Polanski no caiga en la tentación de subrayar dramáticamente la historia, o de darle un tono épico, un recurso realmente fácil y seguramente muy eficaz. La obra, contrariamente, se apoya en la sobriedad estilística, en la contención, en una especie de frío cartesianismo a la hora de explicar unos hechos realmente terribles.

La historia narrada en 'El oficial y el espía' sitúa el foco en el valor de la libertad individual y en la fuerza de las convicciones arraigadas en cada uno. De los héroes capaces de desafiar a la mayoría. Polanski, en resumen, loa la irracionalidad de los que nadan a contracorriente, de los que se lo juegan todo o casi todo por sus convicciones. De los que trascienden el cálculo de costes y beneficios.

El problema, no de Polanski, no del filme, sino nuestro, es que ninguna sociedad puede sustentarse en la confianza que en algún momento una o varias manzanas sanas se alzarán obstinadamente contra la injusticia y a favor de la verdad, como ocurre en el largometraje. Una sociedad, si quiere tener futuro, si quiere progresar, necesita que las cosas funcionen justo al revés. Que las manzanas sanas sean una inmensa mayoría. Que la virtud se dé por descontada, que ocupe la normalidad. Que sea el contexto. Y que así, el cesto, la cultura, la propia sociedad, el colectivo o el grupo haga difícil o muy difícil -impedirla completamente es impensable- la podredumbre.