Opinión | Editorial

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Expulsar el racismo del deporte

Tolerar los comportamientos racistas en los estadios es educar a los niños en el odio. Es necesario reaccionar de forma ejemplarizante

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La muerte violenta de George Floyd a manos de la policía en EEUU ha generado protestas antirracistas en todo el mundo. El movimiento 'Black Lives Matter' (Las vidas negras importan) también ha llegado a España. Lejos de ser una moda importada que trata conflictos ajenos, es un revulsivo para escuchar las voces que sufren discriminación en nuestras calles. Y su testimonio es doloroso, porque hablan de un racismo institucional y social que se extiende por muchos ámbitos, entre ellos el del deporte. 

Insultos y gritos simiescos son la reiterada humillación que los jugadores negros deben soportar en el terreno de juego. La vejación duele, aún más porque no es un hecho aislado, sino que es una cuenta más de un rosario de discriminaciones que marca sus vidas más allá del deporte. EL PERIÓDICO ha iniciado una serie de entrevistas a cinco deportistas: Dika Mem, jugador de balonmano del FC Barcelona; <strong>Carlos Kameni, exportero del Espanyol y el Málaga; </strong>Astou Ndour, jugadora de baloncesto; Marcos Senna, exfutbolista, y Sitapha Savané, exjugador de baloncesto. Sus testimonios delatan un racismo que, lejos de aminorar, cobra más fuerza. Racismo en las gradas de los estadios, también en la vía pública. Y en las instituciones. Muchos aseguran haber sufrido controles policiales injustificados. Convertidos en sospechosos solo por el color de la piel, la sensación perpetua de ser considerado inferior. Y duele. Como afirm Kameni, el hostigamiento puede llevar a las personas más frágiles a tomar decisiones extremas: «Sí, te puedes suicidar».

Lo que ocurre en un evento deportivo trasciende al propio juego. Su influencia social es notable. Para lo bueno, pero también para lo malo. Compañerismo, esfuerzo, respeto, humildad… son muchos los valores que aporta el deporte, pero su relevancia también lo convierte en una caja de resonancia de las actitudes discriminatorias. Un niño sentado en las gradas o frente a una pantalla contemplando humillaciones racistas toleradas aprenderá que la discriminación está permitida. Si el pequeño es blanco se sentirá formar parte de la clase superior. Si es negro, sabrá que su vida es considerada menos valiosa, menos digna, objeto de insultos sin consecuencias para quienes los profieren. 

Educación, por encima de todo, educación, reclaman los deportistas. Tolerar los comportamientos racistas en el terreno de juego es educar a los niños en el odio, es permitir un nuevo eslabón de discriminación.

¿Cómo detener esos comportamientos racistas? Algunos jugadores apelan a la solidaridad del resto del equipo. Detener el juego cuando los insultos y vejaciones sean evidentes. Mostrar de un modo colectivo que el racismo no es bienvenido y que no hay partido si hay discriminación. También se urge a detectar a los individuos que hacen ostentación de actitudes racistas, expulsarles del estadio y prohibirles la entrada a eventos deportivos durante un tiempo determinado. En definitiva, tomar medidas contundentes y correctivas, sin contemplaciones. 

Algunos de los deportistas entrevistados han participado en las manifestaciones antirracistas de los últimos días. Su presencia es importante. Porque, a pesar de la discriminación que han sentido en algunos momentos de su vida, muchos son admirados por su juego y son auténticos ídolos para sus seguidores. Su voz es un revulsivo contra los racistas y un apoyo para otras personas que sufren la xenofobia. 

En el combate contra el racismo, también los medios juegan un papel . Como indican algunos de los testimonios, pueden decidir ser o no altavoces de los racistas. Al fin, se trata de convertir en pasado la afirmación de Kameni: «Hay muchas discriminaciones, pero como la mayoría es blanca las minorías van a sufrir. Hemos venido a esta vida a sufrir. Y lo haremos hasta que nos vayamos». Solo la unidad puede dejar fuera de juego al racismo.