ANÁLISIS
La fascinante Champions de la pandemia
Albert Guasch
Periodista
Albert Guasch
Entre España y Portugal se traza una línea fronteriza de 1.200 kilómetros que ha sido infranqueable para el virus. Apenas 1.500 muertos en comparación con los bastantes miles de más que ha ido por aquí reportando Fernando Simón. Por suerte para ellos, también ha sido impermeable a los malos modos políticos. No hace mucho se viralizó una intervención del líder de la oposición. «Señor primer ministro, su suerte es nuestra suerte. En todo lo que podamos, ayudaremos». Rui Rio, del Partido Socialdemócrata (PSD), se llama el hombre. Conste en acta.
Como haciendo las cosas así nada puede ir del todo mal, Lisboa está en condiciones de acoger un desenlace innovador y fascinante de la Champions. Una especie de reemplazo veraniego de la Eurocopa que apunta a fórmula magnética. Lástima de la ausencia inevitable de público. Sin competencia, sin otras ligas en marcha, sin Juegos Olímpicos, club contra club a partido único desde cuartos, esta Champions promete adherirnos fijamente a nuestras pantallas durante 12 días.
Fútbol insípido
Por fuerza mayor, obligado por las circunstancias, la UEFA ha sabido encontrar una manera ilusionante de resolver la máxima competición europea, congelada en el tiempo. Tan ilusionante que invita a especular sobre su posible continuidad más allá de este año negro de la pandemia. Sin haberse disputado un minuto, sin comprobar su resultado, es cierto, pero especular es gratis y la expectativa de un buen espectáculo se proyecta alto. Una Eurocopa de bufanda más que de bandera. Lástima, conviene repetir, de la imposibilidad del peregrinaje de los aficionados.
Los obstáculos para ir más allá de este 2020 son demasiados. El calendario no estará nunca jamás así de despejado. La caja que los clubs logran en las rondas europeas son también imprescindibles, aunque nada que un suculento acuerdo televisivo no logre compensar. Y luego está el aficionado local, que algo tendrá que decir a que se le arrebaten sueños de noches mágicas como la del día del PSG. La tradición es la tradición, y en el fútbol más. En el horizonte aguarda una fórmula parecida, ese Mundial de Clubs de la FIFA que algún día se pondrá en funciomiento. Quizá será manera de dar continuidad a esta Champions a la que los jugadores, es de esperar, lleguen en mejor forma que ahora.
La mayoría de los equipos han empezado a competir con los entrenadores quejosos, suspirando por una semana más de entrenamiento que el negocio (y el calendario) impedía. De ahí seguramente los partidos dolorosamente insípidos vistos hasta ahora. Va a ser todo distinto en Lisboa. Seguro. Ahí todo lo es.
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