PERIFÉRICOS Y CONSUMIBLES
Epígonos (y Blasígonos)
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Epígonos con gónadas pigmeas para saber ganarse los garbanzos de la gloria futura. 'Militontos' de base en la mediocridad dorada y duradera de la tertulia vespertina. Gregarios, garañones de boquilla, acólitos sin cola que sirven a sus amos haciéndoles de pajes, llevándoles tisanas. Corifeos más que el grotesco Picio y más que al menos uno de los hermanos Calatrava. Licenciados vidriosos con tisis doctorales. Onanista boñiga la doctrina que acompaña a sus heces sedentarias con trazas de gomina inmarcesible. Devotos de ce(n)sura y hemistiquio, catecúmenos vates, fans fatales de bardos vasoconstrictores, 'hooligans' del tergal y de la parka (también de las parcas, no hay duda. De las tres: Cloto, Láquesis y Átropos. Zombis líricos son, al fin y al cabo).
Narradores de la ubérrima raza omnisciente, fiados al capítulo extenso y a la letra capitular al inicio del mismo
Narradores de la ubérrima raza omnisciente, fiados al capítulo extenso y a la letra capitular al inicio del mismo. Inquilinos permanentes del atento rebaño de los mansos (sin Marilyn) en las formas pero no de corazón. Custodia el hato y el atajo un intratable mastín ladrador de voz pasiva y hablativo absoluto. Miembros de la Internacional de los Géneros Puros; con ellos en la boca, hacen humo tóxico porque humor tampoco tienen, y luz de gas a los que no son como ellos. Afiliados a los géneros mayores y a las aguas menores que nacen del manantial sereno de su relajada próstata o de su poco firme suelo pélvico. Siguen (a) sus patrones y aprenden de ellos –gentes de orden moral, a qué negarlo‒ tercos ademanes densísimos y admonitorios que esparcen con hisopo arzobispal mientras cortan tostones grasientos con un plato blanco e impoluto que luego servirán con presentación, nudo (con voz de nodo a veces, es sabido) y desenlace.
Semovientes estáticos, estetas nunca del todo destetados. Mascotas devotísimas que acuden sumisas y ronroneantes o después a que les acaricie su dueño la panza torreznada, animales domésticos que visitan al veterinario una vez por semana a que les laven el pelamen, les acicalen y les echen unos polvos perfumados que les protejan de las plagas, siendo ellos, como son, tan parásitos. Acaparados bienes del propietario del rebaño, relamidos, insípidos, sin nada nuevo que decir y sin embargo siempre con la palabra clara a punto de nieve congelándoles los labios en un rictus de holgada intrascendencia.
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