Borrar la historia
Huida hacia el pasado
Es preocupante una revisión de la historia que amenaza con borrar textos, derribar estatuas o censurar escenas de cine
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Como todos los grandes movimientos, el que nació de la repulsa por la muerte brutal de George Floyd corre el peligro de derivar en una huida hacia adelante. Mejor dicho, una huida hacia el pasado. Hacia el legado que el racismo ha dejado en el arte y en el espacio público. No hay que ser muy extremista para comprender que la ira de los manifestantes por la persistencia del racismo se haya expresado de mil maneras. Con manifestaciones pacificas masivas, otras menos masivas y más violentas, y actos simbólicos. Entre estos, la denuncia de todo aquello que recuerda el pasado esclavista de Estados Unidos que nunca ha sido del todo erradicado.
Que el general Lee haya amanecido rociado de pintura no debería extrañar a nadie que conozca lo que se jugaban los negros en la guerra civil norteamericana. Del mismo modo, que el rey Leopoldo haya sido vandalizado no debería extrañar a nadie que haya leído la biografía de Hochschild sobre las atroces matanzas perpetradas en el Congo. Comprensión hacia estos y otros actos, toda, pero también preocupación por una revisión de la historia que amenaza con borrar textos, derribar estatuas o censurar escenas de cine. Como si obliterando las barbaridades de ayer le ganásemos la batalla al racismo de hoy.
Me parece mil veces más efectivo que el jefe de los Mossos, Eduard Sallent, reconozca que existe un sesgo étnico en las identificaciones callejeras de la policía catalana, y sostenga que hay que erradicarlo, que proponer desmontar la estatua de Colón como ha hecho Jéssica Albiach. Más efectivo para las personas racializadas que padecen discriminación y más pedagógico para la mayoría. No estoy en contra de descabalgar las efigies mas ofensivas, como hizo el ayuntamiento con el marqués de Comillas, reconocido negrero del siglo XIX, pero todo tiene un límite. Y si este límite se traspasa, la pedagogía deja de operar y se corre el peligro de dar carnaza al populismo conservador. Por ejemplo, atentando contra quien lideró la reacción europea contra el nazismo. Una cosa es denunciar que Churchill fue racista, además de antifascista, y otra echarlo a la papelera de la historia.
Menos derribar estatuas y más aprobar leyes. Menos quitar películas y más reescribir libros de historia. Menos huir hacia el pasado y más aprovechar la ola de indignación desatada por el crimen de Minneápolis para erradicar el racismo que todavía impera en nuestra sociedad.
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