DOS MIRADAS
No es un elogio fúnebre
La Sardà sabia que es sobre un escenario donde se construyen las pasiones perdurables
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Josep Maria Fonalleras
La última vez que vi a la Sardà (el artículo se reserva para las grandes, como la Espert o la Lizaran) fue en el Teatre de Salt. Debía participar en un acto de homenaje a su compañera y amiga, también actriz, Cristina Cervià, que había fallecido pocos meses antes. No lo pudo hacer, porque la debilidad del cuerpo impedía ese esfuerzo, pero sí dirigió la pieza, 'CredoinunsolODIO', con una potencia extrema, con la vitalidad de quien sabía que es sobre un escenario donde se construyen las pasiones perdurables. Es a partir de lo efímero que se consigue crear momentos que nunca se marchitarán. La esencia del teatro es esta.
Dirigida por Lluís Pasqual, en el Lliure, la Sardà ya había interpretado antes la obra, un monólogo a tres bandas sobre la Intifada palestina. Esa noche la recuperó con tres actrices también amigas, Meritxell Yanes, Mercè Pons y Míriam Iscla. Fue una celebración de la vida. No un elogio fúnebre, sino la conjunción de unas personas, de unas amistades sólidas, íntimas, forjadas en torno a la intensidad que se genera en un teatro. La Sardà era eso. Mantenía fidelidades cuando la noche era oscura y los ejércitos ignorantes chocaban entre ellos.
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