Crisis con final incierto

Cómo cambian las sociedades

Tenemos la evolución a la vista, pero no sabemos cómo ni cuándo se producirá un gran cambio

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zentauroepp53725450 opinion anthony garner200611172444 / ANTHONY GARNER

Xavier Bru de Sala

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La revuelta de los afroamericanos, acompañados por algunos blancos airados contra el racismo, tanto puede conllevar un incremento de la represión y la impunidad de la las fuerzas del orden que los discriminan hasta la muerte como incrementar la conciencia de que el trato policial que reciben, tan injusto, debe ser perseguido. El movimiento 'me too', sin el cual predadores compulsivos como Weinstein no habrían rendido nunca cuentas por sus crímenes, es un claro ejemplo de éxito. Pero no siempre las reivindicaciones, por razonables que sean, llegan a buen fin. Como tampoco siempre el poder, por bien instalado que esté y benévolo que se considere, consigue mantenerse. Franco murió en la cama en 1975 pero los cadáveres de otros dictadores habían sido incinerados o arrastrados. Ceaucescu y su mujer, que se creían los dueños de Rumanía, y lo eran, murieron fusilados en 1989.

Que no sepamos ni lleguemos a conocer jamás todos los factores que conllevan cambios importantes en las sociedades no significa que toda aproximación o indagación sea inútil. Tratar de comprender no equivale a comprender pero es mejor que conformarse con la ignorancia. En este terreno no nos pueden ayudar ni los sociólogos ni los politólogos ni rama alguna de las humanidades que se tienen por científicas sin haber sido capaces de predecir la caída del muro de Berlín. No tenemos constancia de los cataclismos sociales y los cambios en profundidad hasta que se han producido. Aún peor, las explicaciones a posteriori dependen más del punto de vista de quien las formula que de la verdad, una verdad que se niega a revelarse con nitidez. Si no fuera así, si la historia estuviera efectivamente en las manos de quienes creen que la conducen, la condición humana y la de robot se empezarían a asemejar.

En ausencia pues de cartas de navegar científicas o académicas fiables, el lector interesado puede encontrar explicaciones que le aproximen a la auténtica naturaleza de estos cambios. Gracias a las lecturas y relecturas del confinamiento me es posible compartir dos, una de Chateaubriand y otra de Proust. Empezamos por la del mayor genio literario de los últimos siglos, que utiliza la metáfora del caleidoscopio a propósito del balanceo entre el rechazo y la admiración hacia los judíos con que la sociedad francesa se columpiaba en tiempos del asunto Dreyfus, que la mano maestra de Polanski ha puesto ahora de actualidad. El caleidoscopio contiene unos cristales que componen figuras geométricas de una enorme variabilidad a medida que lo giramos. Pues bien, estas figuras experimentan cambios perceptibles pero poco significativos hasta que, de repente, la composición cambia por completo. Así funcionan las sociedades. Lo tenemos todo a la vista, vamos siguiendo las evoluciones del día a día, pero no sabemos cómo ni cuándo se producirá un gran cambio. Ni si se producirá en el sentido hegeliano de mejora o satisfará aún más a las fuerzas de la reacción. Solo deberíamos tener en cuenta que la historia no termina nunca.

En su revelador ensayo de juventud sobre la naturaleza de las revoluciones en el mundo antiguo y el moderno, el de la francesa, Chateaubriand idea otra metáfora, muy diferente pero de un sentido similar: la del gusano que va tejiendo su capullo a escondidas y estalla de golpe ya transformado, sin que nadie se diera cuenta, en mariposa que parece surgir de la nada. Mejor dicho y más allá, advierte, si alguien que comprende la importancia de los movimientos del gusano pretende acelerar el resultado de manera artificiosa, solo conseguirá dañar la obra oculta de la naturaleza, por lo que el fiasco sustituirá la revolución. Quizás si los líderes del proceso catalán hubieran conocido o tenido en cuenta la advertencia del vizconde no lo habrían hecho abortar con sus broncas para cazar la mariposa antes de que saliera a la luz.

En la España de hoy, como en otros países, parece que están en juego fuerzas capaces de provocar el final del régimen del 78, que no por encontrarse desgastado y a la defensiva cuenta con defensores poco potentes. Imposible saber si avanzará, aunque sea de manera lenta y quizás insuficiente, hacia la propia transformación en una democracia más plural, territorialmente equilibrada y por tanto perdurable o si volverá a ser patrimonio de los de siempre, con nómina ampliada y métodos de imposición despiadados. Las tensiones se hacen más evidentes cada semana, pero ya bastaría si conseguimos distinguir las ficticias, como las mayorías para la última prórroga del estado de alarma, de las de fondo sobre la prosperidad viable y la justicia social o sus sucedáneos.

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