Opinión | IDEAS

Mónica Vázquez

Periodista y músico

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Nuestra verdadera patria

Jérémy Clapin firma una película de animación que retrata cómo el cuerpo marca el comienzo y el final de nuestro viaje y evolución como seres humanos

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A veces damos por sentada la naturaleza de nuestra existencia. No nos paramos a admirar la belleza y el milagro de las cosas más básicas de nuestra naturaleza. Normalizamos la magia de existir, de estar aquí y de ser conscientes de ello. Nos acostumbramos al prodigio de poder formar parte del mundo e interactuar con nuestra realidad. Y, de esa manera, dejamos de maravillarnos por las pequeñas cosas. Dejamos, por ejemplo, de observar embelesados el funcionamiento de la tecnología imperfecta de un cuerpo gracias al cual existimos; nos acoge, y nos permite y enseña a formar parte del mundo

'¿Dónde está mi cuerpo?' ('J'ai perdu mon corps') es una película de animación de Jérémy Clapin, de la que podemos disfrutar ahora en Netflix, y la cual os animo encarecidamente que veáis. En ella, Clapin nos habla de muchas cosas, como la naturaleza compleja y emocional del entendimiento mediante el inevitable fenómeno de habitar un cuerpo. Y ese cuerpo, que cambia, crece, muta con el paso del tiempo y con el pasar de la vida, nos pertenece tanto como nosotros le pertenecemos a él. Marca el comienzo y el final de nuestro viaje y evolución como seres humanos. El cuerpo a veces recuerda cosas que el alma olvida, nos ata al entorno, baja a tierra nuestro vagar por el mundo y la aventura de conocernos a nosotros mismos. Y lo hace en silencio, escribiendo la subversiva sinfonía de nuestra historia, siempre nuestra, siempre incompleta, íntima e intransferible.

El cuerpo es verdadero testigo de nuestras vidas, de los caminos andados, de los peligros enfrentados. Nos llenamos de cicatrices, de arrugas, de lesiones, de estrías, de alegría y de dolor. El cuerpo es confidente de nuestra historia, reflejando parte del viaje, al tiempo que da cobijo a las experiencias más profundas y vulnerables que preferimos no compartir con los demás. Nos ayuda a digerir el dolor y el peso de la existencia humana. Todo cuerpo es un viaje, y como tal, es hermoso por derecho propio. Todo viaje es una aventura, y la promesa de un destino que reclamamos con cada latido. Y ese destino es nuestra incuestionable y verdadera patria.

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