AL CONTRATAQUE

Constitución antirracista

El problema no son las leyes, sino las prácticas políticas, culturales, económicas y sociales

Un grupo de temporeros, trabajando en un campo de Castilla-La Mancha, a finales de mayo

Un grupo de temporeros, trabajando en un campo de Castilla-La Mancha, a finales de mayo / periodico

Najat El Hachmi

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La expresión la usó Pedro Sánchez en su comparecencia del domingo cuando le preguntaron por una posible regularización extraordinaria de inmigrantes. El presidente dijo que como en la Constitución Española hay un artículo que establece la igualdad entre todos los españoles, eso convierte la Carta Magna en un texto antirracista. Dudo mucho que haya, hoy por hoy, ninguna ley en el mundo que explicite la discriminación por razón de raza, origen o fenotipo del modo en que lo hacía el apartheid sudafricano. Ni siquiera Estados Unidos tiene leyes raciales.

El problema del racismo no son las leyes sino las prácticas políticas, culturales, económicas y sociales. No se puede pasar por alto que en España, a pesar de la igualdad de la que gozan sus ciudadanos, muchos de quienes la habitan sufren una discriminación constante precisamente porque se les priva del acceso a la ciudadanía plena, estableciendo así un mecanismo de exclusión eficaz y sistémico. Hay personas en situación de privación de libertad no por haber cometido delito alguno sino por el simple hecho de haber pisado territorio español viniendo de determinados países. Si eso no es racismo, entonces el racismo no existe.

Y es que el hueso duro de la lucha contra la discriminación es precisamente desnormalizarla, hacerla aflorar como la injusticia que es. La Constitución no dice nada, claro está, de que te puedan pedir la documentación cada vez que sales a la calle ni que te disparen pelotas de goma cuando intentas llegar a tierra firme ni establece directamente regímenes de semiesclavitud recogiendo fruta. Tampoco dice nada de los elevados índices de paro ni de la segregación urbanística ni de la escolar. En ningún sitio pone que tú, por el simple hecho de ser tú, no puedas optar más que a determinados puesto de trabajo que, encima, están peor pagados porque los realizas tú.

El racismo de la rodilla en el cuello que asfixia es explícito y evidente: ni el más descerebrado puede defenderlo. Ante tal brutalidad todos somos antirracistas, pero ¿qué pasa con formas no tan flagrantes? Pues que en muchos casos no las vemos o las consideramos aceptables. Porque aquí nadie es racista.

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