Análisis

¿Desescalamos o remontamos?

Si la ciudadanía está reaprendiendo a convivir, los políticos deberían también remontar sobre sus propios egos

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Carme Valls-Llobet

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La tensión y angustia en la que ha vivido y vive la mayoría de la población mundial, leyendo y oyendo las cifras de contagiados y fallecidos en tiempo real a través de los medios de comunicación, nos ha hecho parecer como en un espejismo que llegábamos a una cima. La crisis sanitaria, y sus consecuencias económicas y sociales, están causando el mismo agotamiento y sufrimiento que si a una alta montaña hubiéramos subido. Quizá por ello hemos aceptado la palabra 'desescalar', para rebajar la pirámide de ansiedad y reencontrar espacios para volver a vivir, con algunas certezas dentro de la incertidumbre.

El virus se transmitió de animales a humanos sin ningún manual de instrucciones. Ni la OMS nos preparó ni ningún gobierno lo estaba para tan alto nivel de contagiosidad. El estudio serológico dirigido por la doctora Pollán Santamaría del Instituto Carlos III nos da una primera certeza. El virus solo ha producido un 5,1% de inmunidad de grupo, por lo que, aunque el confinamiento ha conseguido evitar el colapso del sistema sanitario, al salir de nuevo a la calle nos lo volveremos a encontrar. Para enfrentarnos a esta realidad, el diseño de las fases, por parte del Gobierno, está permitiendo desconfinar con precaución territorios muy diversos de España, con medidas de seguridad para controlar los rebrotes, pero también exigen un alto grado de responsabilidad individual.

Frente a la crisis social, los esfuerzos del Gobierno para modular con medidas económicas de protección social -los erte para evitar los despidos, ayudas a los autónomos, y la implantación del ingreso mínimo vital-  nos permiten decir en palabras de Antón Costas que “ahora somos un país más decente”. No quiero ni pensar lo que hubiese podido ocurrir, con el paro y la pobreza, con un Gobierno que hubiera rescatado bancos en lugar de personas.

En España hemos unido a las anteriores, la crisis política,  la fuente de sufrimiento que ha supuesto para la población ver los insultos proferidos en sede parlamentaria, y en comisión, por la derecha y ultraderecha, contra el Gobierno y contra la figura del ministro de Sanidad y su equipo de epidemiólogos, sin aportar propuestas de reconstrucción. Este lenguaje del odio se ha visto compensado por la actitud y firmeza casi estoica de Salvador Illa, que no ha caído en ninguna provocación, manteniendo solo el objetivo de vencer a la pandemia.

Con la experiencia obtenida, nadie puede dudar que solo el estado de alarma podía garantizar un confinamiento tan estricto como era necesario. Todos los gobiernos de derechas habían desmantelado las imprescindibles Agencias de Salud Pública. Las graves acusaciones de Torra y Budó sobre el robo de competencias, o la utilización política de los fallecidos, rebajan la dimensión política de nuestros representantes. Las competencias no provienen de competir, sino de ser competentes en las áreas en que debes gobernar. La Generalitat tenía competencias plenas sobre las residencias de mayores y no ha sido ejemplar la manera en que las ha ejercido, con acusaciones internas contra ERC, como si de dos gobiernos antagónicos se tratara.

La remontada de trabajo político va a exigir mucha más humildad, capacidad de negociación y de pacto, dejar la soberbia y el orgullo debajo de las sillas, y continuar haciendo prácticas de gobierno compartido. Las trece conferencias de presidentes autonómicos celebradas avanzan hacia la cogobernanza federal. Si la ciudadanía está reaprendiendo a convivir, los políticos deberían también remontar sobre sus propios egos.

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