Clamor contra el racismo

Trump y la campaña del caos

Él y solo él es el único eje sobre el que pivota su loca presidencia y todo lo que no se mueva como Trump es antiamericano

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Anna Cristeto

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Una ola de indignación ha recorrido Estados Unidos y cientos de altercados y manifestaciones de protesta se han sucedido en todo el país. El clamor contra el racismo ha vuelto la mirada hacia la Casa Blanca, a cuyo huésped le importa poco avivar el fuego a golpe de tuit mientras se autoproclama "el presidente de la ley y el orden".

Donald Trump se ha 'bunkerizado' en el recinto presidencial, con vallas y perímetros de seguridad inéditos, para espantar a los críticos de a pie y aislarse de voces contrarias incluso entre sus filas. Desde la del secretario de Defensa, Mark Esper, que cuestionó el uso de las fuerzas armadas en suelo americano, como la de su antecesor, James Mattis, que le acusa de intentar dividir el país.

Estados Unidos padece un racismo estructural. Son palabras del exvicepresidente y candidato Joe Biden que se asientan en datos. No se trata tan solo de la brutalidad policial, como en el caso de George Floyd o el Rodney King a principios de los 90. La discriminación se hace evidente en el día a día y se agrava en tiempos de crisis. La de esta pandemia no ha sido una excepción: se ha cebado particularmente con los negros –también latinos- a causa de las desigualdades en el sistema de salud. “Cuando la América blanca pilla un catarro, la negra coge neumonía”, reza un aforismo de la comunidad negra que Idoya Noain recuperaba en una de sus crónicas.

El foco de las protestas antirracistas se cierne sobre Trump, aunque las acusaciones le acechan desde hace años y no solo por sus comentarios contra los afroamericanos. En eso, el presidente no discrimina. Se refiere al coronavirus como el “kung flu” o virus chino tratando de sacudirse cualquier responsabilidad ante los más cien mil muertos en EE.UU. Y si la culpa no es de China es de la OMS.

Tildar de racista a Trump quizá sea reduccionista. Su política migratoria ha sido calificada de xenófoba, un tufo que desprenden algunas de sus afirmaciones. “Por qué no vuelven a los lugares infestados de crimen de los que vinieron”, dijo a tres congresistas de origen somalí, puertorriqueño y palestino. El millonario que tuitea tras el escritorio Resolute no es más racista que xenófobo ni más homófobo que misógino. No desprecia a los chinos más que a los inmigrantes o a los periodistas. Él y solo él es el único eje sobre el que pivota su loca presidencia y todo lo que no hable o se mueva como Trump es antiamericano.

Los republicanos se pusieron a rebufo del candidato Trump en el 2016 en lo que los autores del libro 'Cómo mueren las democracias' califican de 'Gran Abdicación Republicana'. Levitsky y Ziblatt sugieren que todo populismo se basa en erosionar el sistema por sistema y en destruir la legitimidad de otras posturas. Trump intentará el asalto a la reelección. Puede que otro flaqueara en tiempos convulsos -'impeachment', coronavirus y protestas- pero él parece cómodo en su peculiar campaña de caos.  Más aún cuando tiene cinco meses para inventarse su enésima astracanada. Todavía retumba la frase que pronunció hace cuatro años: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. La amenaza de un segundo mandato sobrevuela Estados Unidos y el mundo. 

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